jueves, 10 de noviembre de 2011

Intrigas en la corte de Alejandría LA JOVEN CLEOPATRA

Educada en una corte plagada de conspiraciones y asesinatos, la joven Cleopatra VII tuvo que aprender muy pronto a hacer frente a los peligros que la acechaban para lograr afianzarse en el trono. Para ello contó con la ayuda de la poderosa Roma.

En el año 80 a.C. estalló en Alejandría una revuelta popular contra el joven soberano de Egipto, Ptolomeo XI. Éste acababa de hacer asesinar a su esposa Cleopatra Berenice III, muy popular entre los alejandrinos, quienes inmediatamente se rebelaron contra el rey, lo arrastraron fuera palacio y lo lincharon en la plaza pública. La situación creada era extremadamente peligrosa, pues el faraón había llegado al trono gracias a la intervención de la todopoderosa Roma, y su muerte sin descendencia significaba que los romanos tenían derecho a anexionar el reino de Egipto, según el acuerdo al que habían llegado unos años antes con el padre del faraón asesinado. Los habitantes de Alejandría se apresuraron a elevar al trono a un miembro ilegítimo de la estirpe real, que gobernó como Ptolomeo XII junto a su esposa y probablemente hermana, Cleopatra V Trifena. Al principio, Roma no reconoció este nombramiento, pero Ptolomeo XII compró su aprobación con ingentes sumas de dinero, que recabó de prestamistas romanos. Con ese fin viajó a Roma en el 58 a.C., posiblemente en compañía de su hija Cleopatra, que entonces tenía unos doces años.

Ptolomeo XII, un político astuto

Los alejandrinos constituían una masa difícil de contentar, pero con gran capacidad de influencia en los asuntos de gobierno. Su apoyo era crucial para el mantenimiento del rey en el trono y ello explica la identificación de Ptolomeo XII con el dios griego Dioniso, asimilado con el dios egipcio Osiris y muy popular entre los ciudadanos de Alejandría. El rey, autoproclamado “Nuevo Dioniso”, impulsó el culto dionisiaco, consistente en festivales públicos y banquetes en los que la danza y el vino desempeñaban un gran papel, ligado a la fertilidad. El faraón participó activamente en estos ritos, y autores antiguos como Estrabón y Plutarco vieron en esta acción de Ptolomeo, eminentemente política y religiosa, un rasgo de degradación moral que le granjeó el despectivo apodo de Auletes, “el flautista”.

Lecciones sobre el poder

Durante el período que Ptolomeo XII pasó en Roma (58-55 a.C.), Egipto estuvo regido por su esposa Cleopatra V Trifena (o puede que por su hija Cleopatra VI). Cuando ésta murió, su hija Berenice IV se hizo con el poder real en solitario, tomó un marido a su conveniencia, Arquelao (tras haber probado brevemente a otro, que no le satisfizo y al que mandó eliminar), y ambos reinaron con el apoyo de los alejandrinos. Ello obligó a su padre a gastar aún en sobornos a Roma, hasta que consiguió el apoyo de Aulo Gabinio, el gobernador romano de Siria, para machar con un ejército a Egipto. Arquelao fue derrotado y muerto, Ptolomeo XII recuperó el trono y Berenice fue ejecutada junto a los alejandrinos más ricos que la habían apoyado (con lo que, de paso, el rey obtuvo dinero para saldar sus cuantiosas deudas).

Después del violento final de su hermana Berenice, Cleopatra, que contaba catorce años, fue nombrada corregente de su padre. Se mantuvo en ese papel hasta la muerte de Ptolomeo XII, acaecida en 51 a. C. En su testamento, el rey había nombrado sucesores, a la vez, a sus hijos Cleopatra y Ptolomeo, bajo la tutela y protección de Roma. Esta política y la complicada situación en Roma (donde el Senado temía que la anexión de Egipto rompiese el equilibrio de poder entre Julio César y Pompeyo, enfrentados uno al otro) lograron prolongar por un tiempo la existencia de la dinastía ptolemaica y la independencia de Egipto.

La nueva reina se hizo llamar Cleopatra VII Tea Filópator, “Diosa Amante de su Padre”, marcando distancia con la díscola Benerice; quizá la elección de este nombre se debiera a un afecto sincero hacia su progenitor, fruto de los años que había pasado junto a él en Egipto y en Roma. Del difícil período que su padre atravesó mientras estaba en esta ciudad (cuando se produjo la usurpación de Berenice), Cleopatra debió de extraer lecciones para el futuro. Una de ellas fue, sin duda, la importancia de contar con el apoyo de Roma para mantenerse en el trono. La otra, la desconfianza hacia sus familiares más próximos.

Respecto de la primera lección, Ptolomeo XII tenía plena conciencia de que en su mundo había una única superpotencia, Roma, y de que la única posibilidad de mantener una cierta autonomía, si no independencia, para Egipto residía en volver interesante o atractivo para Roma el mantenimiento de esta ambigua independencia egipcia.

Cleopatra aprendió bien esa lección de su padre, e intentó llevarla a la práctica mediante un proyecto infinitamente más ambicioso y arriesgado: utilizar todas las armas de seducción a su alcance para conseguir una alianza dinástica entre las dos naciones, que situaría a Egipto en un plano de igualdad con la infinitamente poderosa Roma.

Tan desmesurado plan estuvo a punto de alcanzar el éxito en dos ocasiones, cuando Cleopatra se unió a Julio César y, más tarde, con Marco Antonio. Al final fracasó, pero la actuación de la reina tuvo repercusiones profundas en los vencedores. En efecto, los primeros emperadores de Roma, miembros de la familia Julio-Claudia, siguieron el modelo de las monarquías helenísticas, surgidas del imperio de Alejandro Magno, sobre todo en su versión egipcia: por una parte hicieron de Roma una émula de Alejandría (con grandes bibliotecas, lujosos palacios, mausoleos dinásticos, obeliscos, templos a los dioses egipcios); por otra parte, los soberanos se convirtieron en dignos sucesores de los Ptolomeos por lo que se refiere a la glorificación de su dinastía, al impulso que confirieron a las artes y los espectáculos, y a las intrigas familiares( incestos y matricidio incluidos) características de los faraones de Alejandría.

Además de la importancia de Roma, Cleopatra tuvo muy clara la segunda lección aprendida de Ptolomeo XII: la necesidad de precaverse de su propia familia. Tras la muerte de su padre intentó controlar a su hermano Ptolomeo XIII, aún un niño, con quien debía compartir el trono, y empezó a gobernar en solitario, ignorándolo. Pero esto irritó a una facción de la corte, encabezada por el eunuco Potino, quien urdió un complot contra Cleopatra que la obligó a exiliarse a Siria en 49 a.C. Allí reunió un ejército para recuperar el poder, como había hecho su padre; y, como éste había hecho con Gabino, ella recabó con tal fin el apoyo de un general romano: Julio César (para lo que recurrió a su capacidad de seducción).

El comienzo de una leyenda

César convocó a los dos hermanos a Alejandría para dirimir el conflicto. Los partidarios de Ptolomeo intentaron evitar que Cleopatra acudiera a la cita, pero ella consiguió burlarlos: regresó de incógnito a la capital y, oculta dentro de una alfombra, logró llegar ante César; así lo refiere Plutarco, en una historia bien conocida. A partir de ese momento, la vida de Cleopatra se confunde con su leyenda. Comenzaron las relaciones entre la reina y César, y la guerra entre el caudillo romano y Ptolomeo XIII. El faraón pereció durante la contienda y Cleopatra se casó con su otro hermano Ptolomeo XIV, pero antes de que éste alcanzara una edad que pudiera hacerlo peligroso, lo hizo asesinar. Entonces nombró corregente a Cesarión, el hijo que había tenido de César, que reinó con el nombre de Ptolomeo XV y a quien Cleopatra, en su condición de madre divina -se había asimilado a la gran diosa Isis-, mantendría en estado de continua inferioridad. Así, pues, cuatro Ptolomeos (su padre, sus dos hermanos y esposos, y su hijo) compartieron el trono con Cleopatra, pero ella siempre procuró conservar el poder, respondiendo o anticipándose a la posibilidad de sr víctima de su rivales.

Entre la ambición y la sensatez

No conocemos bien las acciones de Cleopatra como reina de Egipto, pero en todo caso sugieren una política sensata e inteligente; quizá durante el período de corregencia junto a su padre empezó a adquirir las cualidades que demostró más tarde, durante su gobierno. Intentó restablecer la maltrecha economía egipcia con una política monetaria de devaluación y creación de nuevos tipos de monedas de bronce. Entregó al procónsul de Siria a los culpables del asesinato de sus dos hijos, que habían sido enviados como emisarios a Alejandría. En el ámbito religioso, continuó la construcción y restauración de los templos iniciada por su padre. De todos ellos, el de Hathor en Dendera es el que mejor transmite el testimonio de su intervención en este campo: en aquel recinto, representaciones suyas como faraón decoran los muros. Y quizá no es casualidad que el culto practicado en Dendera estuviera estrechamente relacionado con la curación de enfermedades.

No sabemos con seguridad si la imagen de Cleopatra como erudita y fascinada por la ciencia, que podemos rastrear hasta la Edad Media, tiene fundamento histórico. En todo caso, es bastante probable que su educación fuera esmerada y extensa. En su corte había científicos importantes, como el astrónomo Sosígenes de Alejandría, a quien César consultó para su reforma del calendario, que es la base del nuestro. Y se atribuye a Cleopatra un tratado sobre cosméticos. Plutarco cifra su legendario poder de seducción no tanto en la belleza física como en su inteligencia y dotes de conversación, y nos transmite una valiosa información en tal sentido: sus prodigiosos conocimientos lingüísticos. De entre las ochos lenguas que el autor griego asegura que la reina dominaba (a las que probablemente hay que añadir el latín), una llama especialmente la atención: el egipcio. a sus múltiples y remarcables cualidades, pues, Cleopatra añadía una que la hacía única entre todos los miembros de la dinastía ptolemaica que la habían precedido durante tres siglos. Podía hablar la lengua de la mayoría de sus súbditos.

jueves, 1 de septiembre de 2011

SALE A LA LUZ LA SEGUNDA BARCA DEL FARAÓN KEOPS

Tras casi cinco mil años sepultada al pie de la Gran Pirámide de Gizeh, la segunda barca solar del faraón Keops, de la dinastía IV(2613-2494 a.C.), ha empezado a salir a flote. Ello ha sido posible gracias al trabajo de un grupo de arqueólogos egipcios y japoneses que a finales del pasado mes de junio levantaron uno de los bloques de piedra que la cubrían, dando los primeros pasos del proyecto de extracción y montaje de esta monumental embarcación.
La nave, de madera de cedro del líbano y acacia egipcia, ya había sido localizada en 1954 junto a la primera barca solar del faraón, que hoy se exhibe montada en el Museo de la Barca, en Gizeh, junto a la Gran Pirámide. los arqueólogos decidieron entonces no retirar los bloques de hasta dieciséis toneladas que cubrían la segunda embarcación para no dañarla. Por fin, en 1987 un grupo de investigadores de la universidad japonesa de Waseda comenzó a estudiar la fosa mediante el empleo de ondas electromagnéticas y de sondas para tomar muestras de la madera.

UN NAVÍO PARA LA ETERNIDAD
En 2008, arqueólogos egipcios y japoneses retomaron la investigación e introdujeron una pequeña cámara en el foso donde reposaba la barca para comprobar el estado de la madera. El resultado indicó que las piezas se hallaban muy deterioradas debido a filtraciones de agua y a la acción de los insectos. Pero la retirada del primer bloque de piedra ha revelado que la madera está en unas condiciones bastante buenas, lo que hace más plausible pensar en la restauración y el montaje de la nave. Tras este complicado proceso, que tendrá una duración de cuatro años, las dos barcas de keops se exhibirán en el Gran Museo Egipcio, cuya inauguración está prevista para el año 2015 en la llanura de Gizeh, junto a las pirámides.

lunes, 21 de marzo de 2011

LA MAGIA EN LA VIDA DIARIA DE LOS ANTIGUOS EGIPCIO

















































Un gato negro se nos aparece en el camino y rápidamente cambiamos de ruta para no cruzarnos con él; nos topamos con una escalera abierta en medio de la calle con espacio suficiente para pasar por debajo y damos un amplio rodeo para evitarla; se derrama la sal en la mesa y de inmediato cogemos un pellizco, que termina en el suelo a nuestra espalda arrojado sobre nuestro hombro derecho… Como éstas hay otros miles de supersticiones más que muchos conocen y algunos, incluso, se creen.
Si esto sucede en nuestra sociedad moderna y científica, ¿qué no acontecería en el antiguo Egipto, donde las partes incomprensibles del mundo físico sólo cobraban sentido gracia a los mitos y la magia?
La escasez de documentos, sin embargo, nos dificulta saberlo. En el antiguo Egipto, como ahora, las supersticiones pertenecían sobre todo al mundo de la transmisión oral, y no son muchos los fragmentos escritos o físicos que nos han quedado de ellas.
Miles de amuletos
Las pruebas más evidentes y abundantes de estas prácticas supersticiosas las encontramos en los innumerables amuletos de todo tipo que aparecen por doquier en Egipto, en estratos que van desde el período predinástico hasta la Baja Época; son tantos que en algunas clasificaciones podemos encontrar hasta 275 tipos diferentes.
El objetivo del amuleto es ofrecer a su portador seguridad contra algún tipo de amenaza. En algunas ocasiones puede ser algo concreto, como un trabajador que se marcha al desierto y teme ser mordido por una serpiente o picado por escorpión; en otros se trata de un amuleto contra las desgracias en general, desde el miedo por una mala caída a la rotura de un hueso, pasando por el temor a que un espíritu malvado nos provoque un aborto. En muchas ocasiones, la forma del amuleto tiene que ver con un mito, que es el que le otorga su valor y capacidad protectora. Por ejemplo, llevar un loto -una flor que durante el día flota plácida sobre la superficie del agua y por las noches se cierra y se sumerge en las profundidades- implicaba llevar consigo la capacidad para renacer una y otra vez.
Algo más de fortuna tenemos con la magia y el modo en que los egipcios la utilizaban, pues aparece en una amplia variedad de documentos: papiros médicos estelas funerarias, textos religiosos… En ocasiones, el detalle de estos textos es tal, que incluso nos permite conocer el ritual seguido, el material empleado y las palabras pronunciadas para asegurarse de que la magia tuviera lugar y fuerza eficaz.
Vudú a la manera egipcia
Sobre los malos usos de la magia tenemos un ejemplo perfecto. Está recogido nada menos que en un papiro donde se conservan las actas del juicio seguido contra los protagonistas de la conjura que casi termina con la vida del faraón Ramsés III. El objetivo era poner en el trono al hijo de una de las esposas secundarias del rey, la cual consiguió organizar desde el harén una trama magnicida en la que implicó a muchos notables de la corte.
Como el intento de magnicidio contra Ramsés III no tuvo éxito, los conspiradores fueron arrestados y sometidos a juicio. Sus declaraciones dejan bien claro que para triunfar utilizaron todos los medios a su alcance, incluido lo que hoy llamaríamos magia negra; con el objetivo de poder distraer y debilitar a los guardianes del faraón, uno de los conjurados fabricó unas figuritas de vudú, acompañadas de algunos conjuros escritos y de varias pócimas malignas. El papiro Rollin conserva su declaración: <>. No cabe duda de que resultaron efectivos, porque el magnicidio sólo se descubrió cuando los conjurados atacaron físicamente al soberano de las Dos Tierras.
Este mismo papiro nos permite comprobar también el poder mágico que los egipcios otorgaban a la palabra escrita, capaz por sí sola de asegurar el ostracismo eterno de una persona. El acusado que guardó las figuritas de cera se llamaba Pay-Bak-Kamen, nombre que significa <>. Como podemos comprender, éste no era su nombre real, sino una modificación malvada del mismo, que casi son seguridad originalmente era <>. Como poner por escrito el nombre de alguien significaba que su recuerdo y su persona vivirían por toda la eternidad, escribir su nombre en un documento para después juzgarlo y condenarlo a muerte era una contradicción. La solución al dilema fue rebautizar al reo con un nombre ignominioso, que al tiempo que lo condenaba al ostracismo eterno permitía guardar las formas administrativas.
Los poderes del faraón
Dado que su obligación era la de mantener el orden del mundo, la maat, e impedir que el caos se adueñara de todo, el mismo faraón usaba las artes mágicas para debilitar y atacar a su enemigos a distancia. Es lo que se conoce como rituales de execración. Y cabe pensar que, en circunstancias especiales, eran realizados personalmente por el rey. Es el mismo tipo de ideología que nos permite ver al soberano, en las fachadas de los pilonos de los templos, machacar con una maza a los enemigos que tiene a sus pies y agarrados por los cabellos. El poder de esta magia a distancia fue tal que terminó siendo incluida en los Textos de los ataúdes, con el objetivo de que los enemigos del difunto no le impidieran acceder al más allá: <>.
Magia y medicina
Por fortuna, la magia egipcia no sólo era utilizada para causar mal a alguien. En realidad, prácticamente siempre se empleaba para justo lo contrario, como vemos en los papiros médicos. En ellos la magia es un elemento más del proceso curativo, que funciona al equiparar un episodio acaecido en el mundo divino con lo que está sucediendo en el mundo mortal, donde gracias al ensalmo se espera conseguir el mismo resultado que en el caso de los dioses. Un ejemplo del Papiro Edwin Smith: <>.
Otro uso igual de benigno de la magia fue el de conseguir los afectos de la persona amada. Este tipo de hechizos de amor son más conocidos en época ptolemaica y romana, pero por fortuna conocemos uno de época faraónica (conservado en el Ostracon DM 1057). El texto transcrito en este documento reza así:
<< ¡Salve, Re-Horakhty, padre de los dioses! ¡Salve, Siete Hathor que estáis adornadas con banda de lino rojo! ¡Salve, dioses, señores del cielo y la tierra! Vamos, haced que… (Aquí se escribe el nombre de ella), nacida de…(sigue el nombre de sus padres) venga detrás de mí como una vaca tras el forraje; como una sirvienta tras sus hijos; como un pastor tras su rebaño. Si ellos no hacen que venga detrás de mí, prenderé fuego a Busiris y quemaré a Osiris>>.
No sabemos si el hechizo fue efectivo o no, pero desde luego nos ofrece una imagen muy vivida de los egipcios, volviéndolos menos enigmáticos y mucho más mundanos, a pesar de la magia que los rodeaba.

sábado, 20 de noviembre de 2010

EL ESPLENDOR DEL IMPERIO MEDIO

Hacia el año 2061 a.C., Mentuhotep II, rey de Tebas, derrotó a sus enemigos y amplió su poder a todo Egipto. Empezaba así una de las épocas más gloriosas de la historia faraónica.
Cada ciudad dice: ¡Expulsemos a los poderosos que están entre nosotros! Hete aquí que aquel que estaba enterrado como Halcón (el rey) es arrancado de su sarcófago. El secreto de las pirámides es violado. Hete aquí que unos pocos hombres sin leyes han llegado hasta el extremo de dejar tierra sin realeza. Este dramático pasaje del texto conocido las lamentaciones de Ipu-ur refleja el ambiente que se vivía en Egipto a inicios del Primer Periodo Intermedio, cuando se quebró la autoridad de los reyes del Imperio Antiguo: revueltas, pérdida del poder por parte de los faraones, saqueos… Hacia 2170 a.C., los monarcas, los poderosos gobernadores de las provincias, se habían convertido en los verdaderos dueños del país. Pronto descollaron dos de ellos: los de Heracleópolis y Tebas, que dieron lugar a sendas casas reales. De este modo, los soberanos de las dinastías IX y X controlaban el Bajo Egipto desde Heracleópolis, mientras que los de la dinastía XI señoreaban el Alto Egipto desde Tebas. Por fin, el rey tebano Mentuhotep II se impuso y hacia 2061 a.C., unificó el país, proclamándose soberano del Alto y Bajo Egipto. Con él se inició una época de esplendor en todos los campos, que sería recordaba durante largo tiempo: el Imperio Medio. Tradicionalmente se ha considerado que este período se corresponde con las dinastías XI y XII, aunque últimamente se tiende a incluir en él a parte de la dinastía XIII.
Aunque el Egipto reunificado parecía haber superado los trastornos del Primer Periodo Intermedio, los faraones tomaron diversas medidas para fortalecer el poder real. La primera fue la adopción de la corregencia: el rey, en vida, asociaba a su heredero al gobierno. Con ello se querían evitar las luchas por el trono a la muerte del soberano. El sucesor solía desempeñar el cargo de general y se ocupaba de las campañas militares, como muestra la historia de Sinuhé, un famoso texto literario en el que Sesostris I aparece asociado al faraón Amenemes I:
Los faraones recuperan su poder
La segunda medida para reforzar la autoridad del faraón sobre todo Egipto fue la centralización administrativa del país mediante las figuras del visir y los gobernantes reales. De esta manera, se pretendía poner fin a la acumulación de poder en manos de los monarcas, que había llevado a la desaparición del Imperio Antiguo. Con tal objetivo, a los ya existentes
Gobernadores del Alto y Bajo Egipto, Sesostris III agregó otro más: el de Elefantina –Nubia; todos ellos rendían cuentas al visir, el ministro principal del faraón.
Como tercera medida para medida para robustecer su autoridad, los reyes procuraron cambiar el centro de gravedad del país, en busca de un contrapeso a los focos de poder ya establecidos. Para ello, trasladaron la capital e impulsaron el desarrollo de El Fayum, un gran oasis. Con el inicio del Imperio Medio, Tebas, la cuna de los faraones de la dinastía XI, se convirtió en una nueva residencia real en detrimento de la antigua capital, Menfis. Pero Amenemes I movió de nuevo la capital, esta vez a Ittauy, en la zona de El Fayum, a unos 400 kilómetros al norte de Tebas; Sesostris II procedió a otro traslado, instalándose en il-lahun, también en El Fayum. El cambio de emplazamiento pretendía evitar la acumulación de todo el poder político y religioso en una misma ciudad. Además, tal decisión consagraba la ruptura con la historia reciente del país: el rey se alejaba de la influencia de los monarcas del Alto Egipto cuyas notables tumbas en Beni Hasan Hablan a las claras de su poder.
Con el traslado de la capital al oasis de El Fayum, los faraones de la dinastía XII acometieron un ambicioso programa de irrigación para explotar y ampliar los recursos agrícolas de la zona y poder alimentar a la numerosa población que se trasladó hasta allí. Se creó un sistema de canales para regular la entrada de agua del Nilo en el oasis que dista unos 30 kilómetros del rio, y se construyeron ciudades de una nueva planta como Kahun, edificada por orden de Sesostris II para albergar a los obreros que construían las tumbas de la cercana necrópolis real de il-Lahun.
El restablecimiento del orden interno en Egipto pasó también por la expulsión de los enemigos que se habían introducido en el país: los nómadas libios, al norte, y los nubios del reino de Kush , al sur. A ello dedicó buena parte de sus energías el primer rey del Imperio Medio, Mentuhotep II.
Fortalezas al sur y al norte
Mentuhotep II no sólo expulsó de Egipto a los invasores, sino que, para asegurarse el control de Nubia –que se había perdido durante el Primer Período Intermedio-, edifico una serie de fortalezas que llegaban hasta la segunda catarata, en la frontera meridional de Egipto. Las fortificaciones, construidas en islas del Nilo y en promontorios junto al rio, aseguraban el tránsito de personas y mercancías por barco. Por su parte, Amenemes I levantó el llamado Muro del Príncipe, una cadena de fortalezas en la zona del Delta, al norte, con el objetivo de controlar los movimientos de los nómadas asiáticos.
La actividad bélica de los reyes del Imperio Medio culminó con Sesostris III, también de la dinastía XII, que reforzó la frontera meridional de Egipto en la segunda catarata con una serie de fortificaciones y realizó ocho campañas militares en Nubia, donde, para atemorizar a sus enemigos, mando erigir estelas que conmemoraban sus hazañas. El texto de una de ellas, que ha llegado hasta nosotros, muestra la satisfacción del soberano por el éxito alcanzado: “yo he establecidos mi frontera más al sur que las de mis padres. He incrementado lo que se me había legado”. En el norte, Sesostris III también fue más allá que sus predecesores: además de luchar contra libios y beduinos, emprendió la única campaña ofensiva del Imperio Medio en Asia, contra la ciudad de Sekmen, en el corazón de Palestina.
La decidida intervención militar de los faraones había dado sus frutos: al sur no sólo habían detenido las incursiones de los nubios, sino que habían devuelto a Egipto el control de las importantes minas de oro de Nubia, mientras que en Asia habían restablecido el dominio egipcio sobre la zona del Sinaí y sus minas de turquesas y cobre.
Las relaciones con el exterior
Las relaciones de Egipto con el exterior no se circunscribieron a la esfera militar. La actividad comercial tuvo gran importancia: son muchos los productos manufacturados egipcios que encontramos en la zona del mar Egeo, como sucede con la isla de Creta, y en el Próximo Oriente, por ejemplo, en Biblos, en la costa del actual Líbano.
Pero las relaciones con el exterior no se limitaban a los contactos comerciales: también comportaron movimientos migratorios. Durante el Imperio Medio empezó a llegar a Egipto mano de obra extranjera, como prueba la tumba del monarca Cnumhoptep en Beni Hasan. En su decoración aparece una caravana de asiáticos con sus familias entrando en Egipto de manera pacífica. Su destino era el Delta, donde los faraones construían diversos dominios rales y necesitaban mano de obra barata. Este contingente de procedencia asiática se iría infiltrando en todas las capas de la sociedad hasta alcanzar su cúspide en tiempos de los faraones hicsos, los reyes asiáticos de la dinastía XV.
La supremacía del Dios Amón
Para los egipcios, el nombre del faraón desvelaba aspectos de la política que éste llevaría a cabo, o su inclinación religiosa. Mentuhotep, “Montu está satisfecho”, el nombre de los primeros faraones del Imperio Medio, nos habla de los orígenes de la dinastía XI. Montu, de quien eran devotos, era un dios guerrero de la ciudad de Tebas, que estos reyes convirtieron en la capital de Egipto.
Pero Montu fue desbancado muy pronto por otra divinidad de carácter oculto, cuya visión estaba vedada al común de los egipcios. El dios Amón, que la dinastía XII adoptó como protector de la monarquía y al que convirtió en el dios nacional de Egipto. Montu fue relegado a segundo plano, y se empezó a construir el gran santuario de Amón en Karnak. Del reinado de Sesostris I data la construcción más antigua que se puede observar en dicho recinto: la capilla Blanca, destinada a albergar la barca portátil de Amón, utilizada durante las procesiones de esta divinidad. Mientras florecía el culto a Amón en Karnak, se erigía otro centro religioso en Abydos, a unos cien Kilómetros al norte de Tebas, como lugar de culto al dios funerario Osiris. Durante el Imperio Medio, el culto a esta divinidad del Más Allá conoció un gran auge, estrechamente vinculado con la llamada “democratización del Más Allá”, el fenómeno más interesante que registra el Imperio Medio en el campo de las creencias religiosas. Durante el Imperio Antiguo, sólo los miembros de la familia real y de clases superiores podían gozar de vida después de la muerte, la tumba, el ajuar funerario y los textos religiosos eran la garantía de supervivencias en la vida de ultratumba. Pero el Imperio Medio cualquier persona que contara con la protección que brindaba las fórmulas mágicas y religiosas de los llamados Textos de los Sarcófagos podía aspirar a la otra vida; estos escritos fueron llamados así porque se inscribían en el interior de los sarcófagos rectangulares de madera típicos de la época.
¿Y cómo accedían los soberanos a la vida de ultratumba? Desde el comienzo del Imperio Medio, los faraones quisieron reforzar los lazos con sus antecesores, para lo que imitaron las costumbres antiguas. En este caso, los soberanos construyeron pirámides como lugar de reposo eterno, al igual que habían hechos los reyes del Imperio Antiguo. Pero el material y las técnicas que se emplearon eran diferentes; se utilizó principalmente el adobe, que no es tan resistente como la piedra. El resultado fue la destrucción de la mayoría de las pirámides de este período, de las cuales tan sólo se conserva el núcleo y parte de su revestimiento de piedra caliza. Además, el aumento del nivel de la capa freática ha dañado irreversiblemente estas estructuras e impide el acceso a su interior.
La incógnita final
El Imperio Medio fue una época de gloria para Egipto, durante la que el país recobró el impulso que había conocido en el Imperio Antiguo. Pero el final de este período es mal conocido. El último faraón de la dinastía XII fue una mujer, Sobekneferure. Siguió la dinastía XIII, en la que se sucedieron unos 60 reyes que reinaron sobre la mayor parte de Egipto –aunque quizás no lo gobernaron- hasta que la unidad del país del Nilo se quebró definitivamente hacia 1644 a.C. con la llegada al poder de los faraones extranjeros: los hicsos.

viernes, 17 de septiembre de 2010

ALINEACION DE PIRAMIDES Y ESTRELLAS

No cabe duda de que las estrellas desempeñaron un importante papel en la antigua religión funeraria egipcia. En muchos de los Textos de las Pirámides se encuentran referencias al firmamento nocturno y las estrellas, las cuales se hallan inscritas en las pirámides reales del tardío Imperio Antiguo, mientras que los nombres de ciertos dominios reales del primer período dinástico, como el de Jasejemuy, “denominado Horus, la Estrella de las Almas”, sugieren que las estrellas debieron de haber sido relevantes en la religión funeraria incluso en tiempos anteriores. También pueden encontrarse referencias a las estrellas en un piramidión de Amenemes III originario de Dahshur, que muestra que las asociaciones estelares de las pirámides continuaron al menos hasta finales del Imperio Medio, y por lo tanto son aplicables a todas las fases de la construcción de pirámides reales.
La existencia de elementos estelares en la religión funeraria está ampliamente aceptada en la egiptología, pero es discutible hasta qué punto ello se refleja en el diseño de las pirámides. Recientemente, esto se ha convertido en materia de mucha controversia, y se han publicado varios populares libros que explotaran el vínculo entre pirámides y estrella.
Las teorías que asocian el diseño de las pirámides con las estrellas
Tienden a centrarse en las construcciones de la dinastía IV, ya que son las que mejor se conservan y, por tanto, las más conocidas, y también suelen ser las mejor estudiadas y documentadas. Sin embargo, hay muchas pirámides reales en Egipto, y las teorías más convincentes son las que pueden aplicarse como mínimo a un grupo significativo de pirámides pertenecientes al mismo período. Dada la ausencia de pruebas textuales que expliquen con detalle las practicas astronómicas de la época, resulta extremadamente difícil corroborar cualquier teoría: la probabilidad depende de lo bien que encaje la teoría con las pruebas y el contexto. Las tres principales áreas de discusión, en orden de probabilidad, son: la alineación de las bases de las pirámides con los puntos cardinales mediantes las estrellas; la alineación de los huecos de la Gran Pirámide como el punto culminante de ciertas estrellas, y la llamada “teoría de la correlación de Orión”, que interpreta la distribución de las tres pirámides de Guiza como la representación en un plano de las tres estrellas del cinturón de Orión.
La alineación de las bases de las pirámides según las estrellas
La mayoría de las pirámides están alineadas con los puntos cardinales con total precisión. Las que están alineadas con mayor exactitud son las de la dinastía IV, cuyos lados divergen de los puntos cardinales sólo por fracciones de un grado, pero las pirámides posteriores no están orientadas de forma tan precisa. Parece probable, pues, que el método de orientación estelar se usara como mínimo en la dinastía IV, porque éste habría logrado mayor precisión que un método solar y, por lo tanto, encajaría mejor con las pruebas acerca de esta gran exactitud.
Se han propuesto varios métodos estelares distintos y la opinión se halla dividida acerca de dichos métodos. Muchos de ellos emplean una o más de las estrellas circumpolares o septentrionales. En la época en que se construyeron las pirámides, ninguna estrella señalaba con exactitud la posición del polo norte celeste, de modo que la observación de una sola estrella no podría haber dado resultados precisos. Otros métodos implican bisecar el ángulo entre dos puntos situados a la misma altura o bien las posiciones más al este y al oeste en la trayectoria de una única estrella, ambos capaces de producir gran precisión. Otra posibilidad es que para la orientación se pudieron haber elegido dos estrellas situadas en lados opuestos del polo y alineadas en un plano vertical. Al desviarse lentamente la posición del polo celeste con el paso del tiempo a causa de la precesión de los equinoccios, este método resultaría en una correspondiente desviación lenta de la precisión de la orientación de las pirámides. Y de hecho, éste parece ser uno de los rasgos de las alineaciones de las pirámides de la dinastía IV, lo cual respalda a este método.

Los huecos estelares de la gran pirámide
En la gran pirámide de Quéope, en Guiza, cuatro pequeños huecos, aproximadamente 20cm, llevan hacia arriba en un ángulo que empieza en los muros norte y sur de la Cámara del Rey y de la llamada “cámara de la reina”. Estos se han interpretado tradicionalmente como huecos de ventilación, pero el descubrimiento de una puerta que bloquea uno de los huecos y el hecho de que otras pirámides no contengan aberturas similares hacen que esa función sea poco probable. La especulación sobre si los pasadizos de esta pirámide se orientaban hacia las culminaciones de ciertas estrellas se remonta, al menos, al siglo XIX. Las investigaciones llevadas a cabo por Alexander Badawy y Virginia Trimble en la década de 1960, actualizadas por Robert Bauval, sugieren que estas pequeñas aberturas están alineadas con las culminaciones de Sirio, orionis , Dracois la estrella más cercana al polo celeste en esa época y la osa menor. Dracois y Sirio fueron de incuestionable importancia para los antiguos egipcios, al igual que lo fueron las constelaciones de Orión y de la Osa Menor.
Aunque el debate sobre la naturaleza de estos huecos sigue siendo virulento, y un reciente intento de descubrir lo que yace tras la “puerta” resultó inconcluyente, cada vez más egiptólogos aceptan que tal vez estuvieran alineados con las culminaciones estelares.

La teoría de la correlación de Orión
En su libro El misterio de Orión: el histórico descubrimiento de la claves que explican el enigma de las pirámides, publicado en 1994, y en una serie de artículos relacionados, Robert Bauval propuso que la distribución de las tres pirámides de Guiza, Quéope, Quefrén y Micerino representaban las tres estrellas del cinturón de la constelación de Orión. Pero esta idea, a pesar de haber cautivado la imaginación del público y avivado un debate muy acalorado, no está aceptada por los egiptólogos.
Hay muchas razones por las que esta teoría es poco probable que sea correcta, de las cuales sólo pueden mencionarse aquí unas pocas. Con toda seguridad, la más fundamental es que la aparentemente importante distribución diagonal de las tres pirámides puede explicarse fácilmente mediante consideraciones pragmáticas. Una combinación de la topografía de la zona con la necesidad de que cada una de las pirámides se orientara al norte para tener una vista clara de las estrellas septentrionales explica la posición de las pirámides,

¿Por qué estaban las pirámides alineadas con las estrellas?
La alineación de la base de las pirámides mediante las estrellas septentrionales aseguraba que estuvieran orientadas hacia el polo celeste el punto invisible en el cielo que parecía gobernar el movimiento de las estrellas y otros cuerpos celestes. Los pasadizos de entrada y salida de todas las pirámides hasta el Imperio Medio también se dirigían hacia la región circumpolar norte. Los huecos de la gran pirámide parecen estar hechos para proveer de una simbólica ruta de salida al espíritu del rey difunto, dirigiéndole hacia ciertas estrellas o constelaciones con las que esperaba ser relacionados tras su muerte. La alineación de las pirámides con las estrellas proporcionaba, por tanto, un vínculo entre el lugar de entierro terrenal del rey y el reino celestial en el cual éste pretendía pasar la eternidad en compañía del sol, las estrellas y los dioses.

miércoles, 4 de agosto de 2010

TEMPLO DE LUXOR II









EL TEMPLO DE LUXOR, JOYA DEL NILO

El harén del sur de Amón. Así se llamó el recinto sagrado que se convertiría en el modelo de los futuros templos egipcios. Construidos a orillas del Nilo, recibía cada año la visita del divino Amón que, procedente del vecino templo de Karnak, reposaba aquí durante unos días. La estancia del dios en Luxor aseguraba una buena cosecha y la prosperidad del país.
El Nilo discurre plácidamente por su anchuroso cauce. En su orilla occidental, tras la fina línea verde de cultivos y árboles que beben de su corriente, se yerguen los escalpados acantilados rojizos que protegen los dominios de Osiris, dios de los muertos. Allí, tras las peñas que desde la lejanía cortadas a pico, se encuentran los valles donde recibieron sepultura los soberanos de Egipto y sus esposas. La árida majestad de esta ribera contrasta vivamente con las vastas construcciones que se yerguen en la orilla oriental del gran río. Hoy como ayer, las embarcaciones hienden suavemente la mansa superficie del agua hacia las portentosas columnas del templo de Luxor, que revelan sus imponentes dimensiones a medida que se reduce la distancia entre sus moles y el observador. Estamos en la ciudad que los egipcios llamaron Waset, y los griegos Tebas. En la capital del antiguo Egipto.
Una y otra orilla nos hablan de las enormes diferencias entre templos levantados con distintas funcione, aunque todos ellos sean el resultado de un portentoso esfuerzo constructivo. En efecto, poco tiene que ver los templos funerarios que –como el que en Deir el-Bahari edificó la reina Hatshepsut- se alinean en la orilla occidental tebana, la tierra de Osiris, con los erigidos en la ribera oriental. En el templo funerario se rendía culto al ka o espíritu del faraón muerto y divinizado que lo había construido en vida. En cambio los templos orientales –los magnos recintos sagrados que se levantan en Karnak y Luxor, y cuyas siluetas dominaban las construcciones de adobe de la antigua capital- eran el palacio donde moraba la divinidad. Un palacio vetado a los fieles, y en el que sólo podían entrar aquellos cuya vida estaba consagrada a los dioses. Un palacio que era, además, un microcosmos a escala reducida, un prodigioso generador de energía que mantenía el orden de las cosas, la Maat, para el buen discurrir del país.

El Harén de Karnak
Karnak fue el núcleo religioso de Tebas, el corazón de Waset. Allí, Amón, dios del Imperio, y su esposa Mut, los componentes de la pareja divina, disponían de su propio recinto amurallado. Khonsu, hijo de ambos, tenía su templo en el interior del recinto paterno. Adosado al muro norte del solar de Amón, otro espacio amurallado marca todavía hoy el territorio del que fuera antiguo señor de Tebas, el dios Mentu, desplazado por Amón ya en los lejanos tiempos de la dinastía XII. Fue a unos tres kilómetros al sur de Karnak donde uno de los grandes soberanos de la dinastía XVIII, Amenhotep III 1402-1364 a.C., construyó ipet-resyt, el Harén del sur de Amón , que es como se llamó el templo de la actual Luxor.
Y es que el templo de Luxor fue concebido como una parte importante del templo de Amón en Karnak, como su complemento, a pesar de que los asentamientos urbanos ahora los separen. Se edificó para celebrar la fiesta de Año Nuevo, cuando las aguas de la crecida anual del Nilo alcanzaban su máximo nivel. En la fiesta de Opet, como la llamaron los antiguos egipcios, la triada divina de Amón – el dios, su esposa y su hijo- rendía visita a su harén meridional. Las imágenes de Amón, Mut y Khonsu, saliendo de sus santuarios de Karnak, emprendían por el rio, en sus barcas sagradas, la corta travesía hasta Luxor. Allí reposaban en sus capillas durante, aproximadamente, once días. Mientras, en el exterior, el pueblo alborozado celebraba la crecida confiando en que ésta aportase una cosecha próspera, ya que así lo había pedido el faraón a su padre Amón. Concluidos los festejos, el regreso a los templos de origen se hacía por tierra, siguiendo la avenida de esfinges que une Karnak con Luxor.
Visitar Luxor es como remontarse a los mayores tiempos del Imperio Nuevo 1552-1069 a.C. porque Luxor permite, con un mínimo de imaginación, seguir paso a paso su glorioso pasado, a diferencia de Karnak, demasiado alterado y roto tras siglos de inmisericordes saqueos y devastaciones. Si Karnak es un fantasma que no se resigna a desvanecerse del todo, Luxor es una realidad tan sólo adormecida pronta a despertarse con los pasos del viajero que llegue en el silencio y la soledad del amanecer.
La Morada de Amón
En esa hora propicia al recogimiento el visitante debe cruzar el colosal pilono que construyera Ramsés II y no debe detenerse hasta llegar ante las catorce gigantescas columnas que marcaron la entrada al templo original, concebido por aquel genial arquitecto que se llamó Amenhotep hijo de Hapú.
Franqueando la puerta de un pilono que no llegó a terminarse, se entra en un armonioso patio porticado, vestíbulo abierto de una sala hipóstila más pequeña y menos impresionante que la de Karnak, pero bella y armoniosa como ninguna otra. Es ésta la última antesala a los lugares de la oscuridad y el silencio, al lugar de descanso de los dioses. Todas las columnas tienen sus capiteles en forma de papiros con las umbelas cerradas, a excepción de las catorce que se hallaban a la entrada, que abren sus corolas al cielo. Es, como todo en Egipto, un simbolismo buscado; las umbelas abiertas son la luz, la plena explosión de la vida, mientras que los cálices cerrados representan la vida contenida, la esperanza de una luz, un renacimiento por llegar, el recogimiento que acompaña a la penumbra donde yace Amón, llamado el oculto.
Pero además, este patio es la prueba más palpable de que el templo quizá no ha revelado todavía todos sus secretos. En 1989, durante unos trabajos de mantenimiento, se encontraron veintidós estatuas a tan sólo dos metros y medio bajo las losas del pavimento que, a diario, pisan miles de turistas. Enterradas por razones desconocidas en el siglo III d.C., estas esculturas, de una calidad extraordinarias, aparecieron en un estado perfecto de conservación. Una de ellas puede considerarse excepcional: se trata de una escultura de 2´5 metros de altura, tallada en bellísima cuarcita roja, que representaba a Amenhotep III sobre un trineo. Bajo ella salieron a la luz otras de los faraones Tutmosis III, Horemheb y Tutankhamón, y de las diosas Iunyt y Hathor.
Al final de la sala se encuentran dos pequeños habitáculos destinados al reposo de las barcas-capilla con que los dioses viajaban de Karnak a Luxor, a la izquierda, el de Mut, y a la derecha, el de Jonsu. La barca de Amón y su estatua ocupaba el sitio más recóndito, justo al final del templo. Amenhotep hijo de Hapú estableció aquí el canon definitivo del templo egipcio, que ya no cambiaría hasta la dominación romana.
Luxor, modelo para la eternidad
El modelo de templo fijado por Luxor consistía básicamente, en un pilono de entrada que da acceso a un patio porticado descubierto, seguido de una sala hipóstila, y de una o varias antesalas del Sancta Santórum, el lugar donde reposaba la divinidad. Todo ello siguiendo un único eje longitudinal y una disminución progresiva de la altura de la sala hipóstila, una serie de capillas y almacenes guardaban los objetos necesarios al culto. Hasta aquí entraban los sacerdotes portando las barcas en procesión.
El templo primitivo sufrió importantes transformaciones en épocas posteriores. Puestos que la barca de Amón necesitó más porteadores y los porteadores más espacios del que ofrecía el pasillo original, fue necesario recortar las basas de las columnas centrales. En época romana se remodeló una antesala para ser santuario del culto imperial; los bajorrelieves de Amenhotep III fueron borradas por una capa de estuco sobre la que se pintaron las efigies de los emperadores. Pero más drástica aún había sido la transformación del santuario de la barca de Amón, reestructurado por Alejandro Magno cuando se hizo coronar faraón en 332 a.C. Lamentablemente, los relieves en que vemos al conquistador macedonio tocado con la corona azul ante un Amón itifálico están demasiado lejos de la perfección que habían alcanzado los altorrelieves de Amenhotep III. Por fortuna, y a pesar de las mutilaciones de que fueron objeto los relieves a manos de los cristianos coptos, se ha conservado una escena capital: la teogamia. Así llamaron los griegos a la unión canal de una reina con un dios, en lo que resultó el más eficaz truco para legitimar una ascensión al trono cuando los derechos dinásticos no estaban demasiado claros. La artimaña nació con Hatshepsut y Amenhotep III la copió. Así que ahora vemos cómo es Amón quien, tomando la apariencia de Tutmosis IV – padre de Amenhotep - , cohabita con la concubina real Mutemmuia y engendra al nuevo rey.
El Templo de Ramsés
Ramsés II 1289-1224 a.C. no pudo resistir dejar su impronta en este magnífico templo y lo hizo a lo grande, como hacía todo lo suyo. Pero antes de su intervención, Luxor había experimentado otros cambios. Así, las altas columnas de la entrada que construyó Amenhotep III están rodeadas por los muros que mandó levantar Tutankhamón cuando éste retornó a la religión de Amón, una vez que se cerró el paréntesis del culto a Atón, impuesto por el faraón hereje Akhenatón. Poco duraron los cartuchos y efigies de Tutankhamón, pronto sustituidos por los del faraón Horemheb, el último rey de la dinastía XVIII. Las dos mejores estatuas volvieron a cambiar de propietario, y las efigies de Amón, con las facciones aniñadas de Tutankhamón, se convirtieron en una ofrenda a Ramsés II.
Sólo fue el comienzo. Ramsés II, tercer soberano de la dinastía XIX, prolongó el templo añadiéndole un nuevo patio porticado y la fachada actual: un pilono en el que grabó su autoproclamada victoria sobre los hititas en la batalla de Qadesh, precedido por seis estatuas colosales y dos majestuosos obeliscos. Mucho ha dado que hablar la nueva orientación de la obra de Ramsés, pues, rompiendo la dirección del eje del templo, la cambió, enfilando su ampliación hacia el recinto de Karnak. Al parecer, dicho cambio habría respondido a la voluntad de respetar la ubicación de un antiguo santuario de las barcas construido, aparentemente, por Tutmosis III. Ramsés, faraón guerrero como su glorioso antecesor, al que sin duda admiraba, habría querido rendir homenaje a Tutmosis respetando su obra.
Ramsés II, aquel incansable constructor, no concedió descanso a sus escultores a la hora de multiplicar sus estatuas colosales. Las gigantescas estatuas sedentes que presiden su pilono en Luxor son magníficas. Y más aún las que coloco al final de su patio, justo antes de pasar el umbral de otro pilono inacabado que le servía de cierre.