sábado, 7 de marzo de 2009

Tenemos una egiptologa sevillana




Es la única egiptóloga española residente en el país de los faraones y disfruta como nadie deslizándose por los oscuros recovecos de un yacimiento, cubierta de arena y harta de sol. Así firmó el descubrimiento más importante de un arqueólogo español, la estatua de 12 metros de altura de Amenofis III. Myriam Seco, sevillana de 35 años, habla cinco idiomas y llegó en 1995 al Valle del Nilo, donde se ha hecho un hueco en la nómina de los grandes egiptólogos. Y eso que nada más aterrizar en El Cairo casi se vuelve horrorizada por el caos y la violencia de la ciudad. Donde Myriam se apasiona es buscando tesoros ocultos; bajo tierra o bajo el agua del mar.
¿Cómo se distingue a un turista infiltrado en unas excavaciones en Egipto de un auténtico arqueólogo? ¡Por las gafas de sol! Pese a trabajar a plena luz, un arqueólogo que se precie nunca lleva gafas, ya que los cristales oscuros impiden percibir los pequeños detalles que pueden convertir un hallazgo de apariencia común en una pieza única.

Más difícil es diferenciarlos por el sombrero, de uso obligatorio para los egiptólogos que realizan campañas en el exterior. Muchos de los turistas aparecen en las inmediaciones de las excavaciones disfrazados de Indiana Jones. “Se les detecta enseguida”, comenta con picardía Myriam Seco, de 35 años, única arqueóloga española radicada permanentemente en Egipto y responsable de excavación de la misión que acaba de descubrir en Tebas el coloso de Amenofis III. Una estatua de 12 metros de altura que representa el mayor hallazgo efectuado por un español hasta el momento.

Por supuesto, Myriam, doctora en Egiptología y especialista en Arquelogía submarina, nunca lleva gafas de sol. Como mucho, además del sombrero, luce un pañuelo cuando está de campaña en el desierto, o el traje de buceo que tiene que desinfectar después de cada zambullida en el puerto de Alejandría. Desde que comenzó a ejercer su profesión en i995, la egiptóloga sevillana alterna las expediciones terrestres en el desierto y en el Valle del Nilo con las submarinas. “Lo hago así para mantenerme ocupada todo el año y lograr más variedad en el trabajo”, dice. “A partir de abril es imposible trabajar en el interior del país, el calor es insoportable. Por esa razón las excavaciones se efectúan en invierno”.

Aunque su labor no es muy conocida en España fuera de los círculos profesionales, su nombre ya es prestigioso en la egiptología mundial. Después de estudiar en Sevilla y doctorarse en la universidad alemana de Tubinga, pasó a trabajar sobre el terreno en Egipto hace siete años. Desde entonces no ha abandonado este fascinante país salvo para visitar a su familia en la capital andaluza aprovechando los descansos vacacionales. Su presencia no pasa inadvertida: alta y con una larga cabellera rubia, y casi siempre con una radiante sonrisa en el rostro, luce también un moreno envidiable, producto de las largas temporadas que pasa al aire libre.

Desde que en el siglo XVIII los europeos comenzaron a desenterrar los tesoros del Antiguo Egipto, dos coincidencias se han venido repitiendo en los grandes descubrimientos: siempre se producen casi por casualidad, y cuando menos se lo esperan los expertos. Así le ocurrió a ella cuando un día del pasado mes de enero se introdujo por un estrecho hueco practicado en uno de los yacimientos. Ese hueco resultó ser el espacio que separaba las piernas del coloso de Amenofis III, el faraón de la decimoctava dinastía, que gobernó el Valle del Nilo entre i39i y i353 a.C. Pero Myriam todavía no lo sabía, aunque se quedó deslumbrada con el primer hallazgo: una magnífica estatua femenina de casi tres metros de altura. La inscripción practicada en uno de los laterales la identifica como “la gran esposa real Tiy”. ”Ese momento fue impresionante”, recuerda. “Sabíamos que en el yacimiento, de 500 metros de largo, se encontraban los restos del templo funerario de Amenofis. Ya habíamos desenterrado varios fragmentos de la gran estatua del faraón, pero nadie esperaba encontrar una pieza en tan buenas condiciones. Era increíble su estado de conservación; está entera y es preciosa”.

Aunque la reproducción en piedra de la reina Tiy es una de las piezas más importantes extraída de los yacimientos de Kom El-Hettan, esta estatua no ha sido el único éxito cosechado por Myriam esta temporada. Ni el más importante. Unas semanas después, el equipo de la egiptóloga había localizado la cabeza del faraón. En un principio, la responsable de excavación no concedió mucha importancia al hallazgo. “La cabeza estaba boca abajo y lo primero que quedó expuesto fue la nuca, que no presentaba ningún detalle especial. Yo creí que era la cara del faraón, a la que el tiempo y la arena habían borrado las facciones, restándole gran parte de su valor”, confiesa. Los obreros egipcios terminaron de desenterrar la pieza hace dos semanas y consiguieron darle la vuelta. Fue entonces cuando saltó “la chispa”, en palabras de Myriam. En esta ocasión, “la chispa” fue la perfección con que la pieza de metro y medio de granito rojo de Asuán reproducía los rasgos faciales del soberano Amenofis III. “Por poco me da un ataque al corazón, no podía creer lo que estaba viendo”.



CHAMPÁN EN EL DESIERTO. El descubrimiento del coloso y de su reina ha colocado a esta mujer de 35 años en la cresta de la egiptología, al tiempo que le ha permitido descorchar algunas de las botellas de champán que siempre lleva consigo a las expediciones: “Los arqueólogos estamos convencidos de que sólo se encuentra algo cuando no lo esperas, pero siempre esperamos encontrar algo”.


Aunque por su destacada preparación –además del doctorado habla cinco idiomas (español, alemán, inglés, francés y árabe) y es una consumada especialista en exploraciones submarinas– podría emular las hazañas de Indiana Jones, el legendario héroe creado por la industria de Hollywood, ella se inclina por seguir los pasos del más discreto, y mucho peor pagado, Howard Carter. Como al descubridor de la tumba de Tutankamon, el interés por las antiguas civilizaciones que poblaron las riberas del Nilo ha marcado la vida de esta hija y nieta de orfebres. “Siempre me interesó el arte islámico, tal vez porque crecí rodeada por él en mi ciudad, y por ese motivo decidí estudiar Historia en la Universidad de Sevilla. Allí descubrí la egiptología, que me enganchó enseguida, y me propuse especializarme en esa materia”. Su gran ilusión era ampliar sus estudios en París, y por eso aprendió la lengua que hablaban los pioneros de la egiptología. Sin embargo, el destino y la beca que le concedieron en la prestigiosa universidad alemana de Tubinga la obligaron a cambiar el rumbo y el idioma de trabajo.

El camino no ha sido fácil. Para seguir su vocación y llegar hasta donde se encuentra hoy, ha tenido que superar constantes pruebas. Entre ellas vencer el disgusto que le ocasionó El Cairo en su primera visita. “Imagínate, nada más especializarme en Egiptología, en i995, llego a este país y no me gusta nada. El Cairo me pareció un horror, una ciudad maloliente, caótica, sucia y muy violenta”. Afortunadamente para ella y para su profesión, la impresión cambió rápidamente tras su primera excavación en el desierto, como también ha disminuido el miedo a quedarse sin trabajo que le acompañaba al principio, “porque los proyectos se acaban”. Ahora, aunque su reconocido prestigio le permite completar el calendario laboral con un año de antelación, busca la forma de sustituir su vida itinerante con una ocupación que le permita instalarse permanentemente en Egipto y seguir sacando tesoros del desierto y del mar.

En esa apasionante búsqueda, Myriam no duda en recurrir a la benevolencia de los dioses, a quienes reza para que mantengan su buena salud y la generosa disposición de la mecenas de la expedición arqueólogica en el templo de Amenofis III. “Esta misión está financiada por Monique Hennessy, una francesa de 86 años amante de la arqueología. Todos los miembros del equipo rezamos para que continúe con vida durante muchos años. Además de mantener la misión en activo, nuestra mecenas nos pone al día en la última moda parisina cada vez que nos visita, y durante su estancia entre nosotros mejora apreciablemente la calidad de la comida”.

En esa excavación trabajan 32 especialistas procedentes de distintos países europeos, bajo la supervisión de un inspector egipcio, y 170 obreros curtidos en los yacimientos de Luxor. “Desde noviembre a enero vivimos juntos en una casa próxima al yacimiento”, explica Myriam. “Allí hacemos todo en comunidad: comer, trabajar, tomar el té. Aunque no hemos tenido ningún problema serio, es normal que surjan malentendidos y disputas. Las campañas en el desierto imponen un ritmo de trabajo y de vida muy intenso, difícil de mantener durante tanto tiempo. Después de esos tres meses de excavaciones, te pasas al menos otros dos frente al ordenador, documentando el trabajo realizado”.

La residencia, una villa propiedad del Instituto Arqueológico Alemán, está situada a unos 10 kilómetros del templo de Amenofis. Los 10 minutos que el autobús tardaba en cubrir el trayecto de regreso a la casa suponían para la sevillana “un bienvenido preludio a la ducha para liberarse de la arena y el calor acumulado durante todo el día, y también la preparación para una cena correcta”. En estos días, Myriam disfruta del clima más benigno de la costa egipcia. Hasta finales de junio tiene previsto trabajar con el equipo del francés Jean Yves Empereur en la exploración submarina de las turbias aguas de Alejandría, donde Ptolomeo II levantó el legendario faro. Con este trabajo completa un currículo impresionante, que incluye las pirámides de Dashur, cerca de El Cairo, la antigua y monumental Tebas, Tiro –en el sur de Líbano– y la mítica ruta de las especias en el Mar Rojo, una poco conocida vía comercial abierta hace 4.000 años por los egipcios, antes de que la utilizaran griegos y romanos, y que llegaba hasta lejanos puertos de Arabia y de La India.

Si las plegarias de la egiptóloga a los dioses son atendidas, en la próxima temporada su equipo volverá a los yacimientos del templo de Amenofis III para trabajar en el coloso. Myriam tendrá así la oportunidad de reunirse con el más entrañable de sus hallazgos, un cachorro de raza indescifrable que encontró entre las ruinas y al que, haciendo oídos sordos a sus ladridos, procedió a medir y catalogar como una pieza más, antes de adoptarlo como mascota de la misión.

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