lunes, 8 de junio de 2009

Mujer en el Antiguo Egipto primera parte





Hablar de las mujeres en el antiguo Egipto como si de un tema concreto se tratase sería, cuando menos, una imprudencia. Estamos hablando de un periodo histórico de unos 3500 años y aunque lentos hubo grandes cambios en la estructura social, económica, religiosa, gubernamental...etc. Así mismo nos hayamos en un territorio de más de 1000 km2 por tanto las diferencias entre las egipcias del delta con las sureñas de Tebas, obviando su clase social, eran enormes.
La tercera complicación en nuestro estudio son las fuentes documentales egipcias, que nos informan de la posición que ocuparon, pero raramente del tipo de personas que fueron, en muchos casos no conocemos nada de su situación porque su preeminencia no existió y carecemos de testimonios que nos ayuden a conocerlas. El último obstáculo que hayamos es el conocimiento de las mujeres de la esfera real ya que únicamente por su vinculación con el rey podemos vislumbrar su mundo. Aquí tenemos muestras de su vida y de su fisonomía, pero cada una de ellas es una singularidad y es imposible formar un grupo homogéneo de las Damas reales.
Estamos contemplando a la mitad de la población del Antiguo Egipto únicamente por sus sombras, la relatividad de las afirmaciones que sobre las mujeres egipcias hagamos es la piedra angular de cualquier trabajo de género que se realice. Esta sección va a intentar dar aspectos conocidos y deducciones arqueológicas aceptadas, intentando que sea lo más ameno y accesible al lector común. Os deseo que disfrutéis tanto leyendo como nosotros investigando.

Sociología del reino antiguo: ¿dónde están enterradas las mujeres?
En años recientes ha surgido un tema sociológico preocupante dentro de la arqueología egipcia antigua: los estudiosos han tomado debida nota de un curioso y extraño fenómeno que se encuentra atestiguado en los grandes cementerios nobiliarios de Guiza y Abusir: la gran mayoría de los sepulcros pertenecieron a propietarios masculinos casados, pero las excavaciones demuestran que, incluso en estos casos, aunque la esposa está registrada en la decoración de la capilla funeraria – u otro lugar de la tumba -, la misma no fue sepultada en la misma sepultura, careciendo asimismo de un pozo sepulcral, una mención en la estela puerta-falsa del marido o una a nombre propio.
Dicha circunstancia está atestiguada durante ciertos reinados, especialmente durante la Quinta Dinastía tardía. Obviamente, se dice generalmente, que las esposas eran enterradas en sepulcros anexados a las grandes mastabas dedicados a los esposos, pero ese tampoco parece ser el caso. Por ejemplo, la mayoría de las tumbas anexadas a posteriori de la erección de una mastaba principal, no pertenece a una mujer o, al menos, no ha podido confirmarse de manera fehaciente que así fuera. Igualmente, se han descubierto numerosas tumbas con dos fosas sepulcrales, pero en las cuales una de ellas, por lo general la ubicada al sur, no ha sido utilizada y se la ha hallado rellena de cascajos, pero de la supuesta esposa del difunto ni rastros; podría aducirse que la fosa fue violada por ladrones de tumba, pero esta constante en casi todos los sepulcros excavados, hace que tal idea deba descartarse, especialmente porque hay claras evidencias de que dichas fosas nunca contuvieron un cuerpo humano ni ajuar funerario alguno. Tampoco hay muchas evidencias de mastabas que pertenecieran a una mujer sola durante aquella época.
Esta situación es harto inusitada, ya que implicaría una falta de provisión para asegurar la vida de ultratumba de la mayoría de las mujeres durante el Reino Antiguo, lo cual, para nosotros, hombres modernos, suena totalmente absurdo. ¿Es que las mujeres estaban excluidas de una vida de ultratumba? Proponer algo así, para un pueblo al que alguna vez se consideró como el de los hombres más religiosos del mundo”, al decir de Heródoto de Halicarnaso, es, cuando menos, contradictorio.
De acuerdo a lo antedicho, parece ser que en los grandes cementerios menfitas, a fines de la Quinta Dinastía al menos, es aparente que no todas las mujeres recibieron sepultura junto a sus esposos, fueran estos visires u oficiales menores de la Corte. También se ha destacado que no todas las que sí lo fueron recibieron un sarcófago pétreo, como es el caso de sus maridos. Y si bien algunas enseñan haber recibido un ataúd de madera, muchas han sido directamente puestas sin protección alguna en las fosas sepulcrales. Tampoco es usual que la esposa ostentara una estela puerta-falsa en la tumba de su esposo. Tales hechos han llevado a pensar que la esposa sólo figura en la tumba para cumplir un papel que el esposo deseaba que ella desempeñe en ultratumba. Sabemos, sin embargo, a través de los entierros exclusivos para mujeres, que éstas eran provistas con los mismos elementos que un varón, indicando que las expectativas acerca de la vida en el Más Allá, y sus requisitos para lograrla, eran los mismos que para cualquier hombre. Usualmente, tales sepulcros pertenecen a “princesas” (zat nysut) o a mujeres que se desempeñaban en la Corte – pero no de otras clases sociales -. Así, nos encontramos que durante la Cuarta Dinastía sólo hay sepulcros de “princesas”; durante la Quinta, los hay de mujeres con funciones cortesanas; y, en la Sexta, las tumbas para mujeres solas son menos frecuentes que nunca y que predominan sus entierros en sepulturas familiares.
Por lo que asumimos hoy en día, los oficiales del Reino Antiguo se ganaban el derecho a ser enterrados en los cementerios menfitas gracias a sus servicios, y que el permiso para ser sepultados en los camposantos dependientes de la realeza procedía directamente del monarca. ¿Es posible que las mujeres no tuvieran dicho derecho, excepto bajo las mismas circunstancias, i.e., gracias a los servicios dados al soberano? ¿Será posible, como propusieron algunos investigadores, que tal servicio, en el caso de las mujeres, fuera considerado excesivamente oneroso para el erario estatal? Nos parece impensable. Otra posibilidad sería que muchas de las esposas de esos nobles no recibieran tal derecho de parte del rey, ni que éste tuviera nada que ver con ello, ya que no cumplían ninguna función en la Corte; pero, entonces, ¿por qué sus maridos no se hicieron cargo de tal estipendio para ellas? Una tercera posibilidad sería la de que aquellas mujeres que efectivamente recibieron sepultura junto a sus esposos lo hicieron porque ellos sí tenían la necesaria disponibilidad económica para hacerlo, y las que no es porque sus respectivos cónyugues no estaban en posición de costear sus funerales y se contentaran con ser solamente mencionadas o representadas en la capilla funeraria de sus maridos.
Existe una cuarta y muy posible respuesta: que las expectativas de vida de las mujeres fuera inferior a las de los hombres, por lo que muchas veces sus entierros fueran realizados antes de los de sus esposos o a que éstos recibieran una sepultura financiada por las arcas reales. Este posible escenario no quita que tengamos que seguir buscando por las sepulturas de las mujeres, ya que todavía queremos saber dónde están enterradas. En las provincias la situación pudo haber sido diferente, a causa de la gran cantidad de esposas sepultadas con sus maridos (p.ej., en Ajmim durante la Sexta Dinastía).
La importancia socio-política de la mujer en el Antiguo Egipto
A manera de prólogo
A partir de la XXVI Dinastía, la cronología puede considerarse correcta, salvo pequeños errores; en el Imperio Nuevo, el margen de error puede ser de unos 15 años; en el Imperio Medio, las fechas pueden sufrir un desajuste de unos 40 años; en el Imperio Antiguo, el margen de error puede ser de unos 60 años y en el Período Arcaico - las dos primeras dinastías - el desajuste puede llegar a ser de más de 100 años.
Esta consideración es válida para toda la Historia del Antiguo Egipto. La cronología de esta extraordinaria civilización, está sometida a una permanente investigación y debate.

Hecha esta premisa, vamos a estudiar, a través de las huellas del pasado, la historia de ciertas mujeres que formaron parte de la Historia de Egipto. Sus vidas quedaron plasmadas en sus monumentos y esculturas. Algunas serán poco importantes para nosotros, pero ellas en su tiempo sí lo fueron, en el sentido que contribuyeron también a forjar aquella milenaria civilización. Les presentaré algunas de sus vidas, que no por ser de un ama de casa, por ejemplo, fueron menos importantes que las de las reinas. No vamos a hablar de sus representaciones en pinturas, en sarcófagos ni de sus momias. Será, como dije, a través de sus representaciones en estatuas y monumentos que han ido saliendo a la luz, durante las innumerables excavaciones arqueológicas realizadas durante los últimos siglos.
Las mujeres de la realeza dejaron muchos recuerdos de su paso por este mundo, como grandes templos, tumbas, y estatuas. Pero también las féminas corrientes nos dejaron su impronta como, capillas funerarias, estatuaria, estelas votivas y funerarias, mesas de ofrendas, etc. todas ellas llevando los nombres y títulos de sus propietarias o de las oferentes.
Este corpus ha sido poco estudiado, no sabemos por que causa, pero la realidad es que está ahí y ha llegado hasta nosotros en gran cantidad debido, en gran parte, a que fueron grabados en piedra. Sabemos que mujeres comunes, así como de la clase alta y de la realeza, fueron recordadas ya en su tiempo en esculturas y monumentos artísticos y arquitectónicos, como medio de ilustrar la independencia, posiciones responsables y el respeto del que disfrutaron las mujeres de todas las clases sociales en el Egipto Faraónico.
En las tumbas halladas en todo el Valle del Nilo, han sido encontradas grandes extensiones de decoraciones murales, tanto del Imperio Antiguo, como del Medio y el Nuevo. Vemos en ellas, no sólo escenas religiosas y ritos funerarios, sinó también otras de caza, deportes, trabajos domésticos y agrícolas, juegos, mercadeo, y las propias de la maternidad.
Las representaciones de esbeltas mujeres, atractivamente acicaladas y primorasamente grabadas en la piedra, destacan agradablemente en casi todos los casos. Aunque sean mujeres de clase social baja, han sido inmortalizadas con gracia y dignidad.
Las esculturas de las esposas de propietarios de tumbas, figuran de forma prominente como compañeras y soporte de sus maridos. Es corriente que sean ellas las que abrazan y protegen a sus maridos, incluso a veces, en plan muy maternal ... y ellos se dejaban proteger.
En el Imperio Antiguo (2647-2124 a.J.C.), en las escenas que aparecen niños y criados, están siempre representados a menor tamaño, pero no así las esposas (esto se ha discutido mucho); a veces puede parecer que algunas cónyuges son como algo más pequeñas, pero ello sólo es debido a que, como sabemos, los artistas egipcios no dominaban la perspectiva; al hacerlas algo más pequeñas, nos están indicando que, aunque estén en el mismo plano, se debe entender que están algo más hacia atrás. También existen excepciones.
A juzgar por la estatuaria y escenas funerarias, la relación hombre-mujer en el Antiguo Egipto, era en régimen de igualdad. Lo que no es cierto, y esto lo interpretaron así algunos autores, es que la sociedad egipcia fuese de tipo matriarcal. Las representaciones artísticas expresan claramente, mejor aún que los textos, la igualdad de derechos de ambos sexos. En la estatuaria y en la decoración de las tumbas (casas para la eternidad), se representan con gran vivacidad, la realidad de la vida de la mujer que, actúa consciente e independientemente, de la voluntad del hombre; aunque siempre, dentro del matrimonio y de la familia.
La información sobre la, llamémosle, tendencia matriarcal de la sociedad egipcia, nos ha llegado más por fuentes griegas y romanas, que por la propia egipcia. Bajo el prisma de estas otras sociedades de la antigüedad que hemos mencionado, donde las atribuciones y derechos de la mujer eran más limitadas, esta igualdad hombre-mujer de la sociedad egipcia, resultaba a sus ojos tan sorprendente, que se llegó a creer que la mujer egipcia ocupaba una posición de pleno dominio sobre el hombre, lo cual se aparta de la realidad por completo.
Por otra parte, la organización social egipcia era eminentemente monógama. La ley no permitía a un egipcio, burgués o villano, casarse con su hermana, por ejemplo; en cambio, la ley facultaba al faraón a actuar como quisiese. La poligamia se dio principalmente en la realeza, pero siempre, la primera esposa titulada Gran Esposa Real (algo similar a nuestro concepto de reina), ocupaba un lugar preponderante en palacio. El faraón podía tomar cuantas esposas desease, incluso desposarse con sus hijas y hermanas, como se ha visto a través de la historia, y además podía tener concubinas, pero este privilegio real no podía ejercerlo un súbdito.
Es obvio, por infinidad de escenas que nos lo confirman que, las mujeres egipcias de la antigüedad, eran muy respetadas y estaban totalmente inmersas en la sociedad de su época en plano de igualdad. Tenían funciones como cultos en el templo y títulos como, Señora de la Casa (este era un título muy importante) o en la esfera económica.
El término hmt, se puede interpretar como esposa. Para designar Señora de la Casa, utilizaban nbt pr, que al mismo tiempo también significaba, Administradora de los Bienes Familiares.
Mujeres campesinas las vemos en la faenas agrícolas, cazando aves, moliendo grano o fabricando cerveza. Mujeres de clases más elevadas, las vemos como danzarinas, tocando instrumentos de música, plañideras profesionales y miembros activos de los templos como cantoras y, en las escenas de fiestas y banquetes, como un miembro más de la sociedad. Raras, aunque existen algunas, son las escenas en que una mujer gobierna un bote, como por ejemplo en la tumba de Neferhotep (TT49).
Vemos también como, en la importantísima industria textil del lino, por muchos siglos, el hombre no interviene.
En el Imperio Antiguo, los títulos que denotaban posiciones de autoridad y responsabilidad pertenecientes a mujeres, eran reservados a las féminas de las clases sociales más altas, las cuales muchas veces, estaban ligadas a la familia real por vínculos de sangre o por matrimonio con la nobleza. Una mujer, por ejemplo, fue Inspectora de Médicos para Mujeres (ginecólogas) [Ghalioungui,1975]; otra tenía los importantes títulos de Juez y Visir, aunque eran títulos honoríficos [Fischer,1976 y 1.989]. También encontramos en la historia egipcia, abundantes títulos con poder y autoridad en mujeres, como Directora del Refectorio, Inspectora de Sacerdotes Funerarios o Inspectora de los Talleres de Tejedoras [Fischer,1976 y 1989]. Es interesante hacer notar que, los títulos religiosos no estaban limitados solamente a mujeres de la nobleza; también mujeres comunes ocuparon cargos como, sacerdotisas de las principales deidades femeninas. Cargos administrativos y sacerdotales femeninos los hemos encontrado en monumentos del Imperio Antiguo y muy pocos en el Imperio Medio (1040-1648), tal vez por ser un período de inestabilidad económica y social, pero sí otros menores como, cervecera, peluquera, jardinera, hortelana o molinera [Ward,1986 y 1989].
Durante el próspero período del Imperio Nuevo (1540-1069 a.J.C.), la presencia de la mujer en todos los órdenes, se hace más patente. Además de las escenas grabadas en los muros, las tumbas y los templos contienen estatuaria privada, tanto femenina como masculina. Las parejas de esposos sentados se hacen muy populares. Menos corrientes son las estatuas de mujeres solas sentadas, como la de la sacerdotisa Mitret, del Imperio Antiguo, descubierta en Gizeh por un equipo de la Universidad de Berkeley (California) a principios de este siglo, o el retrato de Lady Sennwy, esposa del nomarca Hapdjefi de Assiut (Imperio Medio), que es un ejemplo supremo del retrato a tamaño natural realizado en granito; hoy se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Boston. La gracia de la figura radica en que, el desconocido escultor, utilizó el tocado tripartito para poder así eliminar el socorrido pilar posterior que frecuentemente sujetaba y reforzaba la cabeza para evitar la rotura por el cuello.
Egipto durante el Imperio Nuevo, continua expandiéndose y el resultado es una sofisticación más cosmopolita. Durante este período, los retratos de las damas egipcias se realizaban esencialmente a dos diferentes tamaños, a saber: las mujeres de una escala social alta o de conocida riqueza, eran perpetuadas a tamaño natural, mientras que, las de condición más humilde, tenían que contentarse con estatuillas que podían medir entre 30 y 60 cms. de altura. También han aparecido esculturas de dos mujeres sentadas o de pié; generalmente es la protagonista con su hija o con su madre. Muy raro es que sea con su padre o con su hermano. Cuando una mujer aparece con un hombre, en principio hay que pensar que sea su marido.
En el Nuevo Imperio y especialmente en las XVIII y XIX dinastías, aparecerán tallas individuales más voluptuosas, en las que los artistas han plasmado con gran delicadeza y primor, tanto los rizos de las pelucas como las texturas de los vestidos y las formas de la mujer. Las curvas de sus cuerpos jóvenes y esbeltos, nos lo muestran a través de sus vestidos de lino transparente y podemos decir que, en vez de vestirlas, lo que hacían era desnudarlas, haciéndolas más atractivas y apetitosas. Como la famosa escultura de un cuerpo acéfalo, atribuida a la reina Nefertiti, que se encuentra en el Museo del Louvre.
Las estelas privadas son más comunes que las estatuas, tal vez por ser más fáciles de realizar y también, hay que pensar en ello, que su costo sería menor. Su fin era el perpetuar la memoria de sus propietarios, igual que hacemos ahora en nuestros días. Las estelas reflejaban siempre a los fallecidos, generalmente sentados ante una mesa de ofrendas con comida y bebida abundantes; algunas veces incluían también a miembros de su familia. Las estelas llevan inscritos el nombre y los títulos del propietario, junto con una invocación para pertuar las ofrendas, como por ejemplo: Mil panes, cerveza, carne y aves para ... (el nombre del difunto). La mayoría de estas estelas son de esposas o viudas, aunque también las hay de mujeres solas o con sus maridos.
En los fondos del Museo Metropolitano de Arte de New York, existe una estela del Imperio Medio, dedicada a dos mujeres (llamadas Inyotefankh y Meswet-Netrettekh) que les fue ofrecida por las cuatro mujeres de condición modesta que aparecen el la misma. El título más común, independiente de la clase social a la que perteneciera una mujer era, insisto, el de Señora de la Casa.
La mujer que poseyera un título clerical sería grabado, sin excepción, en su estatua, tumba o estela. Estos títulos religiosos se otorgaban con más profusión en el Imperio Medio, que en épocas posteriores. Hasta la XII Dinastía, las estelas eran hechas exclusivamente con fines funerarios pero, posteriormente, también las encontramos como ofrendas votivas a los dioses, por personas vivas. Un grupo de 14 estelas dedicadas por mujeres de condición humilde, con títulos como camareras y lavanderas, fueron encontradas en Lischt por Ward en 1989.
Eran estelas votivas en las cuales sólo la mujer que la dedica está representada en actitud de adoración a sus dioses favoritos. Han sido encontradas también en numerosos lugares y cementerios de Deir el-Medineh y en Abydos.
El eminente egiptólogo Augusto Mariette, encontró 23 estelas de mujeres de la Baja Época, que poseían el título religioso de, Cantora, en un lugar del santuario nacional de Abydos, que estaba dedicado al dios Osiris [Mariette, 1880]. De las 23 estelas, sólo 5 incluían la figura y nombre del marido; las 18 restantes estaban dedicadas a una mujer en solitario y de las 23 estelas (incluidas las que tenían marido), 18 eran Cantoras de Osiris; 3 Cantoras de Isis y 2 eran Cantoras de Amón.
Pasemos ahora a los monumentos de las reinas. Tumbas pertenecientes exclusivamente a mujeres, nos han llegado desde el principio de la historia de Egipto. Algunas reinas de las primeras dinastías poseen tumbas tan grandes como las de sus reales esposos, siendo esto el testimonio de su muy importante situación de soltera, de su herencia, o de su significante posición religiosa, como hijas o viudas de reyes.
El faraón Snefrú (2573-2549 a.J.C.), subió al trono por su matrimonio con la princesa real Hetepheres II, hija del rey Huni (5º y último de la III Dinastía). Fue el constructor de las pirámides de Meidum (una) y de Dahshur (dos); una de este último lugar, es la famosa y única romboidal o de caras inclinadas (54°/43°) que existe. Snefrú y su gran esposa real Hetepheres II, fueron los padres del rey Cheops.
La mejor evidencia del status de mujeres nobles en el Imperio Antiguo nos llega de la IV Dinastía en Gizeh. La madre y las viudas de Cheops, constructor de la Gran Pirámide, comparten con él, el estilo de las tumbas reales.
Más tarde, aunque todavía en la IV Dinastía, otra esposa real posee una gran mastaba entre las de sus hermanos en el cementerio real del este. Se trata de la gran esposa real Mersyankh III, que falleció antes que su real esposo el faraón Kefrén y que su madre la gran esposa real Hetepheres II. Pues bien, Mersyankh III fue enterrada en una gran mastaba, con una capilla en su parte superior que, además poseía un elaborado subterráneo con varias estancias talladas en la roca viva y maravillosamente decoradas con relieves murales y esculturas [Dunham y Simpson,1974].
En la calzada que hay entre la 2ª y la 3ª pirámides de Gizeh (Kefrén y Micerinos), se encuentra una impresionante tumba construida para la reina Khentkawes (gran esposa real del faraón Shepseskaf, último rey de la IV Dinastía e hija de Micerinos). Se cree que fue el eslabón de la cadena o puente dinástico que sirvió de unión entre la IV y la V dinastías, debido a que su título más significativo, entre otros muchos, era el de, "Madre de Dos Reyes del Alto y Bajo Egipto". Uno de sus hijos tuvo que ser el faraón Neferir-karé, 3º faraón de la V Dinastía que construyó su pirámide cerca de Abusir.
Las estatuas de Nofret y su esposo el príncipe real Rahotep, gran sacerdote de Ra, e hijo del faraón Snefrú de la IV Dinastía, fueron descubiertas por el famoso egiptólogo Mariette en Meidum. Una vez más, nos muestran el tratamiento igualatorio que los artistas daban a la mujer pues ambos aparecen con las mismas proporciones, aunque se trate de dos esculturas separadas que forman pareja.
El famoso grupo del faraón Micerinos junto a su gran esposa real Khamerer-Nebti, es el epítome de la igualdad que existía entre los dos esposos (tanto monta, monta tanto), así como en la masculina posición de ella, al adelantar el pié izquierdo.
Adviertan Vds. que, casi siempre que vean estatuaria de matrimonios (de pié o sentados), insisto en que es ella, la que protege con su amoroso abrazo a su esposo y no al revés.
Un caso muy particular que corrobora lo dicho anteriormente, es el del grupo escultórico familiar del
enano acondroplásico Seneb, que tenía el pomposo título de, "Principal Ayuda de Cámara Real", inmortalizado con su esposa e hijos. La gracia y la postura de su esposa, que lo abraza tiernamente por los hombros y le coge el brazo izquierdo sonriendo, es todo un poema. Ambos tienen la misma altura, aunque el artista jugó muy bién con la estatura del marido, colocándolo sobre un zócalo. Este grupo escultórico está en el Museo de El Cairo y pertenece a la IV-V Dinastía.
La tumba del príncipe Mereruka de la VI Dinastía, contiene varias estancias dedicadas a su esposa, la princesa Watet-Khet-Hor [Duell,1938]. Hoy en día, están totalmente vacías por haber sido saqueadas.
La práctica de constuir pirámides para las reinas, se extendió hasta la VI Dinastía y también aparecerán algunas en la XII Dinastía, en la que se abandona totalmente esta costumbre y tipo de construcción.
Antes de dejar la VI Dinastía deseo referirme a otra mujer que dejó huella de su paso. Se trata de la reina Nitocris (2141-2140 a.J.C.), hija de Pepi I, hermana de Merenré y hermana y esposa de Pepi II. Los historiadores Manetón, Flavio Josefo, Eusebio, Sincelo y Sexto Julio Africano, la llenan de piropos, diciendo de ella que era, "La más noble, la más bella y la más adorable de todas las mujeres de su tiempo. Más valiente que todos los hombres; de bonita figura, dotada de una hermosa piel y de rojas mejillas". Al morir su hermano y esposo Pepi II, Nitocris subió al trono de Egipto y reinó como faraón por espacio de ±2 años. Con ella terminó la VI Dinastía y el Imperio Antiguo.
En las XVIII y XIX dinastías, la costumbre de ensalzar las figuras de sus reinas se incrementa. Las estatuas gigantescas del faraón Amenofis III y de su gran esposa real Tiyi, ambas del mismo tamaño, presiden la sala central del Museo de El Cairo.
Las estatuas y monumentos de las grandes esposas reales como Nefertiti y grandes viudas reales (como así eran llamadas), son muy numerosas. Los bustos policromados o no de la gran esposa real del controvertido faraón llamado hereje Amenofis IV-Akhenaton (1353-1337 a.J.C.), la bellísima reina Nefertiti, son muy familiares para todos nosotros. Existe una escena íntima de esta reina, en la que aparece desnuda con una de sus hijas, siendo además la primera vez que acontece en el arte amárnico, de una representación frontal del cuerpo.
Y también, las estatuas colosales de la gran esposa real del faraón Ramsés II (1279-1213 a.J.C.), su bien amada Nefertari, esculpidas en la fachada del templo dedicado a ella en Abu-Simbel. Nefertari llegó incluso a firmar cartas dirigidas a reyes extranjeros. En su tumba, situada en el Valle de las Reinas, su real esposo mandó grabar estos piropos: "Nefertari-Mery-en-Mut, Señora del Alto y Bajo Egipto; Señora de las Dos Tierras. Por la que el Sol se levanta cada día". Si en el gran templo de Abu Simbel dedicado a Ramsés II, la reina Nefertari y otros familiares aparecen a menor tamaño al lado de los cuatro colosos sentados del faraón, es debido a que él está representado como el dios supremo Ra, que domina sobre la puerta de entrada al templo.
En la dilatada historia de Egipto, con mucha frecuencia, la reina era de más pureza de sangre real que su esposo, debido a que éste, si no lo era, se legitimaba por su matrimonio con una princesa real. Citemos sólo como ejemplo a Snefrú, a los tres Tutmosis y al general Horemheb, luego faraón por un golpe de estado, cuya gran esposa real fue la princesa real Mutnodjmet. Esta legitimación se debe a que, en términos religiosos, la gran esposa real era la encarnación terrenal de la diosa Hathor (esposa del dios Ra) y de la diosa Mut (esposa del dios Amón). El nacimiento divino del faraón pasó a engrosar, en el Imperio Nuevo, el repertorio de las escenas grabadas en los templos. Han sobrevivido dos ejemplos muy bién conservados: uno en el templo funerario de la faraón Hatshepsut (1479-1457 a.J.C.), en Deir el-Bahari y el otro en el templo de Amenofis III en Luxor [Newton,1923 y Frankfort,1929]. En este último, el episodio crucial de toda la secuencia está tratado con suma delicadeza. La madre del monarca reinante aparece sentada frente al dios Amón, quien con una mano toca la de ella, mientras que con la otra le ofrece el signo jeroglífico Ankh de la vida. En este momento se produce la concepción inmaculada, al fecundar el dios Amón a la reina Mutenwia esposa real del faraón Tutmosis IV y madre del futuro faraón divino Amenofis III. Debajo de ambos, están sentadas sobre el lecho nupcial las diosas Selket y Neith que sostienen en el aire a la pareja. El texto grabado es muy explícito, dice así: "El dios Amón, adoptando la figura de su marido, la halló mientras dormía en lo más recóndito de su palacio. Ella, la reina Mutenwia, se despertó al sentir la fragancia divina de Amón y se volvió hacia él. Entonces Amón se le acercó pues se sentía atraído por ella; después de presentarse, permitió que ella le viese con su forma divina para que se regocijase contemplando su perfección. El amor de él, penetró en su cuerpo y el palacio se inundó de la fragancia divina". No hay que olvidar, que hoy en día todavía decimos: Rey por la gracia de Dios.
En la Sala de Nacimientos del templo funerario de Hatshepsut en Deir el-Bahari (muro norte de la segunda terraza), la explicación de este misterio es aún más demostrativa. El nacimiento divino del rey-dios, se produjo de la siguiente manera [Naville,1896] y [Eggebrecht,1984]:
(I) El dios de la sabiduría, notario mayor y mensajero de los dioses, Toth, representado con cabeza de ibis, conduce al dios Amón ante la reina Hatshepsut. (II) En el siguiente registro, el dios Amón cohabita con Hatshepsut. (III) Después Amón, ordena al dios alfarero con cabeza de carnero, Khnum, que modele al hijo de la reina, ya engendrado.(IV) EL dios Khnum da forma al niño y a su Ka, sobre su torno de alfarero, asistido por su esposa, la diosa Heqet con cabeza de rana, que le da el soplo vital, acercándole a su nariz y boca, el signo Ankh de la vida. (V) En el registro central, el dios Toth, hace saber a la faraón Hatshepsut sus títulos y dignidad, como esposa divina y madre del futuro rey.(VI) El matrimonio de dioses Khnum y Heqet, conducen a la reina Hatshepsut embarazada, a la Sala de Nacimientos (llamada Mammisi).(VII) La reina (ya madre) sostiene al recién nacido en sus brazos mientras que una nodriza, solícitamente se apresura a recibirlo; en la parte inferior, dioses y genios le alcanzan los símbolos de la vida y de la continuidad. (VIII) A su derecha, la diosa primordial del cielo y vaca sagrada Hathor, sentada en su trono arcaico, presenta el niño al dios Amón, quien lo reconoce enseguida como hijo suyo.(IX) En el registro final, el nuevo rey de Egipto (él y su Ka), es presentado a todos los dioses del Alto y Bajo Egipto.
Algunas hijas del dios vivo, o para entendernos mejor, princesas de sangre real por parte de ambos progenitores, no sólo legitimaban a su medio-hermano (hijo de esposa secundaria o concubina), caso de los tres primeros Tutmosis, o a otro candidato a su matrimonio, sinó que tomaban las riendas del poder. El mejor ejemplo conocido es el de la faraón Hatshepsut, en la XVIII Dinastía. Su magnífico templo funerario en Deir el-Bahari, es el mayor monumento a una mujer, que sobrevive desde la antigüedad.
Varias estatuas de esta reina-faraón (la mayoría se encuentran en el Museo Metropolitano de Arte de New York) fueron descubiertas en unas excavaciones. Entre ellas, se incluyen leoninas esfinges barbudas y otras estatuas de Osiris que, tienen la faz femenina y delicada de esta reina (mejor dicho, faraón-mujer). Otras esculturas muestran a Hatshepsut ataviada como faraón-hombre.
Hatshepsut para celebrar el XV jubileo de su ascensión al trono de Egipto, se erigió obeliscos recubiertos de electrum (aleación natural de oro y plata), más altos que los de su padre, el faraón Tutmosis I. Uno de ellos, sobresale por encima del templo de Karnak.
EL sobrino y sucesor de Hatshepsut, fue el faraón Tutmosis III, que ha sido llamado por los historiadores "El Napoleón de Egipto". Parece ser que este faraón, por odio hacia ella, es el responsable directo de la destrucción de los monumentos que mandó edificar su antecesora.
Hatshepsut proviene de una larga línea de dinámicas mujeres. Entre ellas destaca también la reina Ahmes-Nefertari, esposa real del faraón Ahmosis, fundador de la XVIII Dinastía. Ahmes-Nefertari tuvo considerable autoridad en el culto al rey de los dioses, al recibir el glorioso título de, "Gran Esposa Divina del dios Amón", un título que le daba un poder preponderante como sacerdotisa en el santuario nacional del culto al dios Amón; este gran honor le proporcionaba muchas propiedades legales documentadas e infinidad de ventajas de todo tipo. Una monumental estela de esta reina, se encuentra en el templo de Amón, en Karnak [Robins,1983].
No existe ninguna duda que, Ahmes-Nefertari, como sacerdotisa y Esposa Divina de Amón, tuvo un considerable poder económico, controlando proyectos de santuarios en diversos lugares de Egipto. Sus títulos reales incluían el excepcional de, "Señora del Alto y Bajo Egipto", lo que le permitió, a la muerte de su real esposo, gobernar Egipto como reina-regente de su hijo Amenofis I. A la muerte de éste, la reina-madre Ahmes-Nefertari fue honrada y distinguida por el sucesor de éste, Tutmosis I, que le erigió una estatua colosal a la anciana reina, en el patio del templo de Karnak, que él construyó. Fue la hija de Tutmosis I, Hatshepsut, la que le sucedió en el título de Gran Esposa Divina del dios Amón.
Al morir Ahmes-Nefertari, fue deificada y su nombre sería evocado en las plegarias junto a los de la tríada tebana. Su culto llegó a ser muy popular en Egipto por espacio de varios siglos y su imagen fue reproducida en las pinturas murales de muchas tumbas privadas.
Monumentos de otra reina de la XVIII Dinastía han sido descubiertos en las excavaciones llevadas a cabo por un equipo de arqueólogos de la Universidad de Toronto dirigidos por Donald B.Redford [Redford,1984]; su objetivo era recuperar restos de templos que el rey hereje Akhenaton construyó en Karnak. Se encontraron muchos dentro del 9º pilono y tambén en otros lugares. Había constancia que existían estas estructuras, debido a los miles de pequeños bloques de piedra sueltos que desde hacía varios años se hallaban sin ensamblar, como si de un enorme rompecabezas se tratase. Parte de ellos se encuentran hoy en día, en el Museo de Luxor. Cuando los arqueólogos canadienses comenzaron a estudiar los talatat (como así se llaman estos bloques), descubrieron aún muchos más en el interior del 2º y 3º pilonos; los talatat fueron reutilizados cuando los templos construidos por Akhenaton fueron demolidos. Pero la sorpresa llegó al observar que, la figura real predominante en el culto al dios Atón, era la de la reina Nefertiti.
EL mayor de los dos templos dedicados al dios Atón en Karnak, llamado Gem-pa-Atón, tiene varias hileras de pilares decorados con grandes escenas, en las que Nefertiti y su hija mayor Meritatón, hacen sacrificios al disco solar en el altar principal. El otro templo llamado, "El Palacio de la Piedra Ben-ben", estaba totalmente dedicado al uso exclusivo de la reina Nefertiti [Redford,1984]. Su puerta principal, flanqueada por tres pilonos de 9,5 mtrs. de altura, también posee escenas que muestran a la reina Nefertiti y a su hija Meritatón, como celebrantes del culto al dios. También existe una peculiar escena en la que Nefertiti adopta el papel de faraón como guerrero, blandiendo una cimitarra y dispuesta a descargarla sobre un enemigo [Redford,1984].
Los egiptólogos tienen que resolver ahora la cuestión del por qué Nefertiti tiene una posición tan prominente en las escenas grabadas en Karnak; era el máximo honor que podía tener. ¿Se le asignó a esta reina, en la ciudad sagrada de Tebas, la representación de la función real del faraón? .
Si los expertos médicos están en lo cierto y parece que es así, Akhenaton padecía el Síndrome Adiposo-Genital de Babinski-Froehlich que, entre otros trastornos, causa esterilidad, impotencia y atrofia de los órganos genitales así como, en según que casos, acromegalia. Eminentes egiptólogos como, Mariette, dice que fue un castrado; Aldred, asegura que no fue padre; Lefebvre, lo tilda de travesti y Corteggiani es más tajante todavía diciendo que fue, místico o débil; rey embriagado de Dios o un degenerado; hombre de gineceo; iluminado o minado por la enfermedad e incluso dice que, le hubiese gustado ser mujer. Nadie acepta que fuese una persona normal.
Entonces, Akhenaton no pudo engendrar las seis hijas que tuvo su amadísima Nefertiti [Harris & Hussein,1988] y [Aldred,1988]. Su suegro (de ella), Amenofis III, fue padre de varias hijas y podría haber sido la única respuesta razonable, para los deseos de la real pareja (Akhenaton+Nefertiti), de tener descendencia. La importancia dada a la feminidad podría ser una faceta más de la ideología de Akhenaton. La composición de la familia real amárnica es de por sí digna de atención; aparte de Akhenaton, el resto fueron todo mujeres [B.J.Kemp,1992].
Escenas que representan a Amenofis III como un corpulento hombre ya maduro, fueron encontradas en Tell el-Amarna cuando la joven pareja real aún no residía allí. Su traslado a la nueva capital de Egipto, Akhetatón (hoy el-Amarna), se realizó el año 6º del reinado de Akhenaton. Es posible por tanto, como sugirió Aldred, que ésta y otras esculturas indican que el faraón Amenofis III aún vivía en ese tiempo [Aldred,1988]. Aceptando esta tesis, el faraón Amenofis III, podría haber sido el padre de las seis hijas de su nuera Nefertiti y por este motivo, partidario e impulsor del liderazgo de Nefertiti, ante la enfermedad y deformidades de su hijo Akhenaton. También es posible que Nefertiti, se arrogara poderes políticos y religiosos ante la enfermedad de su esposo. Otros investigadores han razonado que, se pudo producir un cambio de nombre por parte de Nefertiti y que de ahí surgiera el nombre de Smenkhkaré, cuya existencia es cada vez más discutida [Sampson,1985].
Es muy significativo y esto corrobora la primera hipótesis que, al morir Amenofis III vemos como gradualmente Nefertiti fue perdiendo poder o cediéndoselo a su hija mayor Meritatón, cuya presencia en los actos públicos y en las inscripciones se incrementa, siendo muy probable que llegase a ser la nueva favorita de su padre.
Existe una representación de la princesa real Meritatón, que se encuentra en el Museo de El Cairo; en esta obra del arte amárnico en alabastro, se nos muestra la belleza heredada de su augusta madre. Otra posibilidad, ante ese alejamiento de la vida pública de Nefertiti, es que enfermara y perdiera la vista a una mediana edad. La ceguera, es el resultado de aquellos que miran directamente al sol en numerosas ocasiones; pero en cualquier caso, es seguro que sus días de mayor gloria fueron en su juventud. El famosísimo busto de Nefertiti del Museo Egipcio de Berlín, también parece apoyar esta hipótesis; su ojo izquierdo está en blanco. ¿No fue pintado? ¿Su busto está inacabado? ¿Padecía un glaucoma? ¿Estaba ciega?
Recientes investigaciones [Harris,1989], realizadas en la momia real encontrada en la tumba Nº 55 de El Valle de los Reyes, parecen confirmar que, otro joven de la realeza, presumiblemente un hermano de Tutankhamon, precedió a este faraón en el trono de Egipto. Esta tumba continúa siendo todavía un apasionante problema, hasta ahora indescifrable.
Otra mujer importante en la historia egipcia fue la reina Tawosret, Gran Esposa Real del faraón Seti II (1200-1194 a.J.C.) y tal vez también su hermana. Al morir Seti II, le sucedió el príncipe real Siptah (hijo de Seti II y de la Esposa Real Tiaa) que, aquejado de parálisis infantil, reinó sólo unos 6 años, muriendo aproximadamente a los 20 años de edad, soltero y sin hijos. Fue entonces cuando la reina viuda Tawosret, se apropió del poder y gobernó Egipto durante unos 2 años como reina-faraón, terminando con ella la XIX Dinastía.
Durante el 3º Período Intermedio, los faraones de las XXI, XXII y XXIII dinastías gobernaban desde el norte, pero tenían necesidad de tener representantes familiares de plena confianza en el sur que, políticamente hablando, era independiente bajo los sumos sacerdotes de Amón. Durante este período que comentamos, los faraones del norte delegaron frecuentemente en sus hijas la representación de su intereses en el sur del país. Así vemos como princesas reales se casaban con los sumos sacerdotes tebanos y se convertían en sacerdotisas-jefes de Amón-Ra, adoptando funciones religiosas oficiales reservadas a los reyes. Las hijas de estos matrimonios, asumían el antiguo título sacerdotal de Gran Esposa Divina del dios Amón. Numerosos beneficios acompañaban a este ilustre título: decretos con el nombre de, El Rey de los Dioses, fueron grabados en los muros de los pilonos 7º y 10º del templo de Karnak, confirmando los derechos en propropiedad, a estas esposas reales y concediéndoles además la deificación póstuma.
En el año ±715 a.J.C. Egipto fue invadido por los nubios comenzando la XXV Dinastía nubia o kushita, trayendo un período de paz al país del Nilo, aunque sufriera dos invasiones asirias que se extendieron hasta Tebas, donde los ejércitos de Assurbanipal (±669-631 a.J.C.), saquearon la ciudad en el año 667 a.J.C. llevándose valiosísimos tesoros de sus templos. Pues bien, incluso durante la invasión asiria, las mujeres mantuvieron su presencia como sacerdotisas-jefes en Tebas. Según los estudiosos del tema, este fenómeno se debe a que las Esposas Divinas de Amón, fueron verdaderas soberanas tanto en la región tebana como más al sur y fueron respetadas por los invasores.
Shepenupet I, hija de faraón Osorkón III de la XXIII Dinastía, fue instalada en Tebas con el viejo título de Gran Esposa Divina del dios Amón. A partir de este evento, las esposas divinas que no podían casarse y cuyo título se transmitía por adopción, fueron siempre miembros de la familia real y ostentaban la más alta jefatura religiosa del área de Tebas. Shepenupet I, fue forzada a adoptar a Amenardis I, la hija de Kashta, el primer rey nubio de Napata que era un ardiente seguidor del dios Amón. Bajo el reinado de su hijo y sucesor Piankhi, se produjo la adopción de Amenardis I. Cualquier princesa que fuese adoptada, recibía el título de Divina Adoradora del dios Amón y al fallecer su madrina de adopción y antecesora, obtenía automáticamente el título de Gran Esposa Divina del dios Amón. Curiosamente, Amenardis I, gobernó Egipto, junto con Shepenupet I, del año ±713 al ±698 a.J.C. Esto ha sido demostrado históricamente, aunque no se descarta que podrían haber sido algunos años más. Al llegar a ser Gran Esposa Divina, Amenardis I adoptó a Shepenupet II, que era la hija de su hermano Piankhi. Amenardis I dejó numerosos monumentos, incluyendo algunas esculturas de ella misma finamente talladas. En el Museo de Arte Joslyn de Omaha (Nebraska), se encuentra una de ellas y, aunque no es la más favorecida, recuerda mucho a las tradiciones artísticas del pasado. Amenardis I, es la famosa princesa Amnerdis de la ópera Aida de Verdi, cuyo libreto fue escrito por Augusto Mariette, el cual diseñó además todo su vestuario.
En el templo funerario de Ramsés III (1184-1153 a.J.C.), en Medinet Habu y en su extremo sureste de la muralla exterior, se encuentran una serie de capillas funerarias [Hoelscher,1954]; entre todas ellas la que mejor se conserva es la de Amenardis I, construida en piedra arenisca. Su decoración y figuras en fino relieve, han sido descritas por Aldred [Aldred,1980] como: "De clásicas proporciones y pureza de línea". Las inscripciones de Amenardis I, al igual que otras que llevaron el mismo título sacerdotal, la describen como, Señora del Alto y Bajo Egipto. A su muerte fue deificada.
Casi un siglo después del reinado de Amenardis I, un gobernante egipcio del norte, cuya base de partida fue la ciudad de Sais en el Delta occidental, contando con el apoyo de Asiria, dominó Egipto y fundó la XXVI Dinastía, llamada por eso saíta, en el año 664 a.J.C. Su nombre era Psamético y su joven hija llamada Nitocris fue adoptada en la colegiata de Divinas Adoratrices de Amón en Tebas. Una enorme estela de granito, al oeste de Karnak, documenta la entrada en Tebas del ya faraón Psamético I (664-610 a.J.C.) y la dotación, para ser dada a su hija, después de la muerte de aquellas que lo tenían, del título de Gran Esposa Divina del Dios Amón [Caminos,1964]; Nitocris vivió 70 años después de su adopción por la jerarquía eclesiástica. Adoptó a su sobrina Ankhes-Neferibré, la cual fue la última Gran Esposa Divina, pues perdió su poder en el año 525 a.J.C. como resultado de la conquista persa de Egipto.
No olvidemos, finalmente, la Época Ptolemaica con sus ambiciosas, crueles y famosas reinas Arsínoe II Filadelfo y Cleopatra VII Filopátor (51-30 a.J.C.), que fue la última reina del país nilótico.
Arsínoe II Filadelfo, era hija del rey Ptolomeo I Soter y de Berenice. Se casó con el rey Lisímaco de Tracia y más tarde hizo asesinar a su hijastro Agátocles. A la muerte de Lisímaco (281 a.J.C.), se casó con su hermano Ptolomeo II Filadelfo, rey de Egipto (que estaba casado con Arsínoe I, y a la cual Arsínoe II hizo desterrar). Es decir, fue reina de Tracia y de Egipto, utilizando su desmesurada ambición y malas artes.
Cleopatra VII Filopátor, tal vez la más conocida por todos, se casó con sus hermanos Ptolomeo XIII y posteriormente con Ptolomeo XIV a los que asesinó. Tuvo amoríos con Julio César, con el que engendró un hijo y al cual, le puso el nombre de Cesarión (Ptolomeo XV). La historia y la leyenda se mezclan y superponen, pero es bien sabido que fue una mujer muy . . . casquivana. Cleopatra VII era una mujer muy culta y dominaba varias lenguas, entre ellas el egipcio. Según varios historiadores, entre ellos J.Mª Blázquez, esta reina no era agraciada, pero tenía gran atractivo y poder de persuasión.
También Marco Antonio cayó en sus redes, pues lo utilizó para asegurarse el trono de Egipto, casándose también con él. Esta reina, según reza la historia-leyenda, se suicidó en el año 30 a.J.C. dejándose morder un pecho, por una cobra áspid.
Como estos monumentos y estatuaria nos han relatado y la arqueología moderna ha descubierto, hay muchas y variadas evidencias (amén de la documentación papirológica y de las pinturas) de que la mujer en el Antiguo Egipto gozó de una vida independiente, tuvo cargos con mucha autoridad y títulos muy importantes; algunas gobernaron como faraones e incluso, a veces, con mayor poder que el propio faraón, al ostentar el título de Gran Esposa Divina del dios Amón, con todo su inmenso poder y prerrogativas.

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