sábado, 29 de agosto de 2009

TEBAS LA CAPITAL DEL IMPERIO EGIPCIO

Cuando los reyes de Tebas expulsaron a los hicsos de Egipto y fundaron el Imperio Nuevo, su ciudad se convirtió en la capital política y espiritual del país. En ella vivían los faraones, el clero de Amón, altos funcionarios y artesanos.

Bajo la moderna Luxor, 600 kilómetros al sur de El Cairo, reposa la ciudad que fue, durante más de 2000 años, el centro religioso del Antiguo Egipto y una de sus más importantes capitales. Situada en el margen oriental del Nilo, en el IV nomo del Alto Egipto, era conocida por los antiguos egipcios con el nombre de Waset, pero ha pasado a la historia con el nombre que le dieron los griegos: Tebas. Ya Homero testimoniaba su esplendor al referirse a ella: “los lingotes preciosos resplandecen con profusión, la Tebas de las cien puertas”.
Tebas se alzó en un lugar estratégico, próximo al territorio nubio y a la vez al desierto oriental, de donde procedían los materiales de las explotaciones mineras y de las rutas comerciales. Pero esta función era secundaria respecto a su preeminencia como centro de culto. La ciudad, en efecto, se integraba en la región de Waset, que se extendía por la orilla occidental del río, el espacio que los egipcios reservaban tradicionalmente al reino de los muertos; cada atardecer el sol se ponía por el oeste para renacer de nuevo al alba por el este, el lugar de los vivos. En los actuales El-Qurna y El-Tarif se alzaron al menos 36 templos, alineados de este a oeste, que a lo largo de varias épocas fueron consagrados al culto faraónico. En la zona se localizan asimismo las necrópolis del Valle de los Reyes, del Valle de las Reinas y del poblado de obreros de Deir el-medina.
Desgraciadamente, nuestro conocimiento de la antigua Tebas se ve limitado por el hecho de que sobre sus restos se asienta la actual ciudad de Luxor. Nada queda apenas, pues, de las estructuras urbanas de la antigua capital egipcia, más allá de los centros monumentales de Luxor y Karnak. Por esta razón es poco lo que podemos saber sobre cómo vivían los auténticos protagonistas de la ciudad, sus antiguos habitantes. Para darles voz debemos acudir a otras fuentes, como las escenas de las tumbas tebanas y la información sobre otras ciudades y enclaves, como Deir el-Medina.
Las evidencias de actividad en Tebas durante el Imperio Antiguo no son claras, aunque es destacable el hallazgo de la parte inferior de la estatua de Niuserre, faraón de la dinastía V. Tebas hace su aparición realmente en la historia de Egipto durante el Primer Período Intermedio, cuando el país quedó fragmentado y regido por dos grupos de poder enfrentados: la casa herakleopolitana en el norte (dinastía IX y X) y la tebana en el sur (dinastía XI). De estos gobernantes tebanos quedan algunos vestigios en la orilla occidental, frente a la ciudad, como el templo de Mentuhotep II.
Centro político y religioso
La inauguración del Imperio Medio supuso para Tebas la pérdida de categoría como centro político, ya que la capital de Egipto se trasladó al norte, a la misteriosa Iti-Tauy, ciudad ubicada en algún punto entre El Fayum y Menfis, de la que aún no se han encontrado vestigios. Frente a esta pérdida de poder político, Tebas encontró compensación en la esfera religiosa. El dios local Amón, que hasta entonces era venerado junto a los otros dos miembros de la tríada divina tebana, su esposa Mut y su hijo Jonsu, fue promovido a divinidad principal del Estado por los soberanos que unificaron el país en el Imperio Medio, oriundos de la ciudad. La importancia de Amón se manifiesta en la adopción del nombre del dios por la mayoría de reyes de la dinastía XII, como Amenemhat. Así, Tebas pasó a convertirse en lugar de culto preeminente en el mundo egipcio. A esta época pertenecen restos de viviendas que parecen indicar que la ciudad tenía una planta en cuadrícula (ortogonal) y estaba provista de una muralla.
En el Segundo Período Intermedio, con la llegada al poder de los hicsos –invasores que se establecieron como soberanos en el área del Delta en el siglo XVII a.C-, la situación de Tebas no está clara. Durante más de medio siglo el país volvió a estar dividido entre los gobernantes hicsos (dinastía XV) y los soberanos nativos del sur, herederos de la dinastía XIII, que huyeron a Tebas donde fundaron las dinastías XVI y XVII. Estos momentos de crisis revelan poca información -tan sólo se han hallado algunos monumentos en la ciudad-, aunque parece ser que los gobernantes tebanos se erigieron en guardianes de la tradición egipcia. Al final del período se constata una expansión de la ciudad más allá de su religión, la Tebaida, de modo que su influencia se extendió hasta el norte de la moderna Asiut.
La expulsión de los hicsos de territorio egipcio por los gobernantes tebanos permitió la reunificación del país bajo una única corona a partir de la dinastía XVIII. Egipto alcanzó entonces uno de los momentos de mayor esplendor, y lo mismo puede decirse de la ciudad de Tebas. Aunque a inicios del Imperio Nuevo la corte y la capital administrativa se trasladaron a Menfis por cuestiones de control territorial, posteriormente a Amarna y, más tarde, a Pi-Ramsés, en el Delta, Tebas recobró la condición de centro espiritual del país que ya había ostentado durante el Imperio Medio. En sus templos se realizaron las fiestas religiosas dedicadas al culto de la monarquía divina, lo que la convirtió en el centro espiritual de Egipto durante este período. De esta época datan los grandes proyectos constructivos en tornos a los templos de Luxor y Karnak, realizados sobre todo durante los reinados de Hatshepsut y Amenhotep III, y posteriormente bajo los ramésidas.
Durante la dinastía XVIII, la ciudad precedente fue arrasada, como sucedió en otros emplazamientos, para llevar a cabo una política de renovación urbanística. El terreno se niveló para crear una plataforma que dominaba visualmente el territorio y que debía servir como base a las nuevas construcciones monumentales. La población se trasladó a una nueva zona residencial, que los estudiosos consideran que actualmente se encuentra sumergida bajo las aguas superficiales del Nilo.
Así, entre la política llevada a cabo a partir de la dinastía XVIII y el crecimiento de la Luxor actual sobre la antigua Tebas, es prácticamente imposible conocer el trazo urbano de la ciudad faraónica. A esto hay que añadir que para construir sus viviendas los egipcios usaban materiales como el adobe y la madera, que no se han conservado, al contrario que la piedra, reservada para templos y construcciones funerarias que debían perdurar toda la eternidad.
Una ciudad monumental
Suponemos que la ciudad de Tebas se fue desarrollando a lo largo de la avenida de unos dos kilómetros de longitud que unía los templos de Karnak, al norte de la ciudad, y de Luxor. Ambos santuarios estaban amurallados y segregados del resto de la ciudad, y tenían a su alrededor otros edificios administrativos, almacenes y viviendas de los estratos acomodados de la sociedad, como funcionarios o sacerdotes de distintos rangos.
Los dos recintos eran protagonistas de una de las festividades más destacadas de la región de Tebas: la fiesta de Opet. Durante su celebración, la ciudad entera salía a ver la procesión que llevaba a Amón, junto a Mut y Jonsu, en sus barcas sagradas desde el templo de Karnak hasta el de Luxor. Allí el dios Amón visitaba a su homólogo en el otro templo, en una ceremonia de renovación de su propio poder y del de los faraones a través de la divinidad.
La ciudad propiamente dicha estaba rodeada por zonas de cultivo y por un recinto amurallado y vigilado. El núcleo urbano debía tener un aspecto abigarrado, con el espacio justo en las calles para la circulación. En él se encontraban los barrios artesanales, con los pequeños talleres de alfareros, carpinteros, escultores, joyeros. En las orillas del Nilo se localizaba el puerto fluvial de la ciudad, donde amarraban barcos cargados con todo tipo de artículos. Además, Tebas poseía un mercado en el que diariamente la población obtenía los productos de consumo tras largas discusiones sobre cuál debía ser el justo intercambio en kites, debens y shats, las unidades de cuenta de los antiguos egipcios.
Los grupos menos privilegiados, que constituían la base de la sociedad, solían vivir en casas que disponían de una única estancia, construidas con abobe cocido al sol. Éste era el caso de los campesinos –que en la mayoría de las ocasiones vivían alejados de los campos de cultivo-, de los pescadores o de los artesanos menos cualificaos.
Como ciudad sagrada. Tebas contaba entre su población con un gran número de sacerdotes. Los miembros del bajo clero, cuando no estaban al servicio de la divinidad vivían fuera de los templos, con sus familias, en viviendas más o menos acomodadas de acuerdo con su rango sacerdotal. En cambio, durante la época de servicio al dios habitaban las casas reservadas a tal efecto, como muestran los restos hallados en Karnak, al sur del lago del templo y alrededores del santuario.
Lo mismo ocurría con los funcionarios de la administración, divididos jerárquicamente en función de su cargo y vinculados al servicio del palacio o del harén real, al visir, a la administración de justicia o al tesoro. En su mayoría, como el bajo clero, habitaban en los barrios más modestos de la ciudad. Sus viviendas eran pequeñas; contaban con un patio y una azotea, mientras que en su interior había un salón principal y en su parte posterior un dormitorio y una cocina. Por su parte, la nobleza, el alto clero y los funcionarios más importantes vivían en el sector más acomodado de Tebas, y sobre todo en sus afueras, donde se alzaban auténticas mansiones en fincas que podían alcanzar una hectárea de extensión. Se trataba de recintos amurallados, con un edificio principal que poseía múltiples estancias dispuestas en torno a un patio columnado. A su alrededor se levantaban edificios secundarios enmarcados por espectaculares zonas ajardinadas, con un gran estanque que permitía incluso la navegación.
Declive y destrucción
En el antiguo Egipto, las residencias reales solían situarse en las afueras del núcleo urbano, aunque no demasiado lejos. Sin embargo, Amenhotep III erigió su nueva residencia, el palacio de Malkata, en la orilla occidental de Tebas, la zona reservada al mundo funerario. La explicación más probable para este singular emplazamiento es que el faraón intentaba alejar su gobierno del creciente poder que entonces ostentaban los sacerdotes del dios Amón. Los restos del edificio, que por su tamaño formaban una auténtica ciudad, muestran zonas ajardinadas, las estancias personales del rey (de las que se conservan decoraciones geométricas y de divinidades). El harén real, los salones de audiencias y la sala del trono. A su alrededor había talleres y oficinas administrativas e incluso un templo dedicado a Amón.
A partir de la dinastía XIX, la ciudad de Tebas fue perdiendo relevancia. Durante la dinastía XXI, la capital se trasladó al Delta y los faraones dejaron de enterrarse en la necrópolis tebana. A principios del siglo VII a.C., la ciudad fue objeto de varias expediciones de saqueo por parte de los reyes asirios, entre las que fue especialmente destructiva la de Asarhadón; Tebas no se recuperaría ya de este golpe. De su antigua magnificencia resistieron, eso sí, como testimonio importante los templos de Luxor y Karnak, que siguen recordando la época en que Tebas fue la capital política y espiritual del Egipto de los faraones.

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