miércoles, 4 de agosto de 2010

EL TEMPLO DE LUXOR, JOYA DEL NILO

El harén del sur de Amón. Así se llamó el recinto sagrado que se convertiría en el modelo de los futuros templos egipcios. Construidos a orillas del Nilo, recibía cada año la visita del divino Amón que, procedente del vecino templo de Karnak, reposaba aquí durante unos días. La estancia del dios en Luxor aseguraba una buena cosecha y la prosperidad del país.
El Nilo discurre plácidamente por su anchuroso cauce. En su orilla occidental, tras la fina línea verde de cultivos y árboles que beben de su corriente, se yerguen los escalpados acantilados rojizos que protegen los dominios de Osiris, dios de los muertos. Allí, tras las peñas que desde la lejanía cortadas a pico, se encuentran los valles donde recibieron sepultura los soberanos de Egipto y sus esposas. La árida majestad de esta ribera contrasta vivamente con las vastas construcciones que se yerguen en la orilla oriental del gran río. Hoy como ayer, las embarcaciones hienden suavemente la mansa superficie del agua hacia las portentosas columnas del templo de Luxor, que revelan sus imponentes dimensiones a medida que se reduce la distancia entre sus moles y el observador. Estamos en la ciudad que los egipcios llamaron Waset, y los griegos Tebas. En la capital del antiguo Egipto.
Una y otra orilla nos hablan de las enormes diferencias entre templos levantados con distintas funcione, aunque todos ellos sean el resultado de un portentoso esfuerzo constructivo. En efecto, poco tiene que ver los templos funerarios que –como el que en Deir el-Bahari edificó la reina Hatshepsut- se alinean en la orilla occidental tebana, la tierra de Osiris, con los erigidos en la ribera oriental. En el templo funerario se rendía culto al ka o espíritu del faraón muerto y divinizado que lo había construido en vida. En cambio los templos orientales –los magnos recintos sagrados que se levantan en Karnak y Luxor, y cuyas siluetas dominaban las construcciones de adobe de la antigua capital- eran el palacio donde moraba la divinidad. Un palacio vetado a los fieles, y en el que sólo podían entrar aquellos cuya vida estaba consagrada a los dioses. Un palacio que era, además, un microcosmos a escala reducida, un prodigioso generador de energía que mantenía el orden de las cosas, la Maat, para el buen discurrir del país.

El Harén de Karnak
Karnak fue el núcleo religioso de Tebas, el corazón de Waset. Allí, Amón, dios del Imperio, y su esposa Mut, los componentes de la pareja divina, disponían de su propio recinto amurallado. Khonsu, hijo de ambos, tenía su templo en el interior del recinto paterno. Adosado al muro norte del solar de Amón, otro espacio amurallado marca todavía hoy el territorio del que fuera antiguo señor de Tebas, el dios Mentu, desplazado por Amón ya en los lejanos tiempos de la dinastía XII. Fue a unos tres kilómetros al sur de Karnak donde uno de los grandes soberanos de la dinastía XVIII, Amenhotep III 1402-1364 a.C., construyó ipet-resyt, el Harén del sur de Amón , que es como se llamó el templo de la actual Luxor.
Y es que el templo de Luxor fue concebido como una parte importante del templo de Amón en Karnak, como su complemento, a pesar de que los asentamientos urbanos ahora los separen. Se edificó para celebrar la fiesta de Año Nuevo, cuando las aguas de la crecida anual del Nilo alcanzaban su máximo nivel. En la fiesta de Opet, como la llamaron los antiguos egipcios, la triada divina de Amón – el dios, su esposa y su hijo- rendía visita a su harén meridional. Las imágenes de Amón, Mut y Khonsu, saliendo de sus santuarios de Karnak, emprendían por el rio, en sus barcas sagradas, la corta travesía hasta Luxor. Allí reposaban en sus capillas durante, aproximadamente, once días. Mientras, en el exterior, el pueblo alborozado celebraba la crecida confiando en que ésta aportase una cosecha próspera, ya que así lo había pedido el faraón a su padre Amón. Concluidos los festejos, el regreso a los templos de origen se hacía por tierra, siguiendo la avenida de esfinges que une Karnak con Luxor.
Visitar Luxor es como remontarse a los mayores tiempos del Imperio Nuevo 1552-1069 a.C. porque Luxor permite, con un mínimo de imaginación, seguir paso a paso su glorioso pasado, a diferencia de Karnak, demasiado alterado y roto tras siglos de inmisericordes saqueos y devastaciones. Si Karnak es un fantasma que no se resigna a desvanecerse del todo, Luxor es una realidad tan sólo adormecida pronta a despertarse con los pasos del viajero que llegue en el silencio y la soledad del amanecer.
La Morada de Amón
En esa hora propicia al recogimiento el visitante debe cruzar el colosal pilono que construyera Ramsés II y no debe detenerse hasta llegar ante las catorce gigantescas columnas que marcaron la entrada al templo original, concebido por aquel genial arquitecto que se llamó Amenhotep hijo de Hapú.
Franqueando la puerta de un pilono que no llegó a terminarse, se entra en un armonioso patio porticado, vestíbulo abierto de una sala hipóstila más pequeña y menos impresionante que la de Karnak, pero bella y armoniosa como ninguna otra. Es ésta la última antesala a los lugares de la oscuridad y el silencio, al lugar de descanso de los dioses. Todas las columnas tienen sus capiteles en forma de papiros con las umbelas cerradas, a excepción de las catorce que se hallaban a la entrada, que abren sus corolas al cielo. Es, como todo en Egipto, un simbolismo buscado; las umbelas abiertas son la luz, la plena explosión de la vida, mientras que los cálices cerrados representan la vida contenida, la esperanza de una luz, un renacimiento por llegar, el recogimiento que acompaña a la penumbra donde yace Amón, llamado el oculto.
Pero además, este patio es la prueba más palpable de que el templo quizá no ha revelado todavía todos sus secretos. En 1989, durante unos trabajos de mantenimiento, se encontraron veintidós estatuas a tan sólo dos metros y medio bajo las losas del pavimento que, a diario, pisan miles de turistas. Enterradas por razones desconocidas en el siglo III d.C., estas esculturas, de una calidad extraordinarias, aparecieron en un estado perfecto de conservación. Una de ellas puede considerarse excepcional: se trata de una escultura de 2´5 metros de altura, tallada en bellísima cuarcita roja, que representaba a Amenhotep III sobre un trineo. Bajo ella salieron a la luz otras de los faraones Tutmosis III, Horemheb y Tutankhamón, y de las diosas Iunyt y Hathor.
Al final de la sala se encuentran dos pequeños habitáculos destinados al reposo de las barcas-capilla con que los dioses viajaban de Karnak a Luxor, a la izquierda, el de Mut, y a la derecha, el de Jonsu. La barca de Amón y su estatua ocupaba el sitio más recóndito, justo al final del templo. Amenhotep hijo de Hapú estableció aquí el canon definitivo del templo egipcio, que ya no cambiaría hasta la dominación romana.
Luxor, modelo para la eternidad
El modelo de templo fijado por Luxor consistía básicamente, en un pilono de entrada que da acceso a un patio porticado descubierto, seguido de una sala hipóstila, y de una o varias antesalas del Sancta Santórum, el lugar donde reposaba la divinidad. Todo ello siguiendo un único eje longitudinal y una disminución progresiva de la altura de la sala hipóstila, una serie de capillas y almacenes guardaban los objetos necesarios al culto. Hasta aquí entraban los sacerdotes portando las barcas en procesión.
El templo primitivo sufrió importantes transformaciones en épocas posteriores. Puestos que la barca de Amón necesitó más porteadores y los porteadores más espacios del que ofrecía el pasillo original, fue necesario recortar las basas de las columnas centrales. En época romana se remodeló una antesala para ser santuario del culto imperial; los bajorrelieves de Amenhotep III fueron borradas por una capa de estuco sobre la que se pintaron las efigies de los emperadores. Pero más drástica aún había sido la transformación del santuario de la barca de Amón, reestructurado por Alejandro Magno cuando se hizo coronar faraón en 332 a.C. Lamentablemente, los relieves en que vemos al conquistador macedonio tocado con la corona azul ante un Amón itifálico están demasiado lejos de la perfección que habían alcanzado los altorrelieves de Amenhotep III. Por fortuna, y a pesar de las mutilaciones de que fueron objeto los relieves a manos de los cristianos coptos, se ha conservado una escena capital: la teogamia. Así llamaron los griegos a la unión canal de una reina con un dios, en lo que resultó el más eficaz truco para legitimar una ascensión al trono cuando los derechos dinásticos no estaban demasiado claros. La artimaña nació con Hatshepsut y Amenhotep III la copió. Así que ahora vemos cómo es Amón quien, tomando la apariencia de Tutmosis IV – padre de Amenhotep - , cohabita con la concubina real Mutemmuia y engendra al nuevo rey.
El Templo de Ramsés
Ramsés II 1289-1224 a.C. no pudo resistir dejar su impronta en este magnífico templo y lo hizo a lo grande, como hacía todo lo suyo. Pero antes de su intervención, Luxor había experimentado otros cambios. Así, las altas columnas de la entrada que construyó Amenhotep III están rodeadas por los muros que mandó levantar Tutankhamón cuando éste retornó a la religión de Amón, una vez que se cerró el paréntesis del culto a Atón, impuesto por el faraón hereje Akhenatón. Poco duraron los cartuchos y efigies de Tutankhamón, pronto sustituidos por los del faraón Horemheb, el último rey de la dinastía XVIII. Las dos mejores estatuas volvieron a cambiar de propietario, y las efigies de Amón, con las facciones aniñadas de Tutankhamón, se convirtieron en una ofrenda a Ramsés II.
Sólo fue el comienzo. Ramsés II, tercer soberano de la dinastía XIX, prolongó el templo añadiéndole un nuevo patio porticado y la fachada actual: un pilono en el que grabó su autoproclamada victoria sobre los hititas en la batalla de Qadesh, precedido por seis estatuas colosales y dos majestuosos obeliscos. Mucho ha dado que hablar la nueva orientación de la obra de Ramsés, pues, rompiendo la dirección del eje del templo, la cambió, enfilando su ampliación hacia el recinto de Karnak. Al parecer, dicho cambio habría respondido a la voluntad de respetar la ubicación de un antiguo santuario de las barcas construido, aparentemente, por Tutmosis III. Ramsés, faraón guerrero como su glorioso antecesor, al que sin duda admiraba, habría querido rendir homenaje a Tutmosis respetando su obra.
Ramsés II, aquel incansable constructor, no concedió descanso a sus escultores a la hora de multiplicar sus estatuas colosales. Las gigantescas estatuas sedentes que presiden su pilono en Luxor son magníficas. Y más aún las que coloco al final de su patio, justo antes de pasar el umbral de otro pilono inacabado que le servía de cierre.

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